domingo, 10 de diciembre de 2017

En contra del microrrelato como cuarto género narrativo

Con seguridad nunca os lo habréis planteado. Lo llamativo sería, precisamente, que lo hubierais hecho. El planteároslo con anterioridad. El hecho de que un hombre sin labios es incapaz de silbar. Porque un hombre sin labios, además, tiene verdaderos problemas para silabear correctamente. Un hombre sin labios nunca exterioriza su tristeza porque siempre parece reír. Y tampoco puede, por descontado, besar. Cualquier cosa aparenta sorprender a un hombre sin párpados. Aunque no sea así, aunque se enfrente a lo más cotidiano que os podáis imaginar. Al bol de cereales que desayuna cada mañana. Todo parece sorprenderle. Incluso la visión de un hombre sin labios. Pero no tiene por qué. Es sólo la impresión que nos provoca el ver sus globos oculares desorbitados.

De esta forma tan tonta y, desde luego, sin proponérselo, un hombre sin labios y un hombre sin párpados, desconocidos ambos entre sí, han conseguido convertirse en los protagonistas indiscutibles de un microrrelato que muchos considerarán fallido. Y tal circunstancia nos servirá para cerrar, de forma inapelable, definitiva, el debate que hasta ahora nos había venido ocupando.