Hace muchísimos años, cuando apenas era un crío, vi por televisión el capítulo de una serie (si no fue La dimensión desconocida tuvo que ser La hora de Alfred Hitchcock) que me impresionó profundamente, hasta el punto de tener su recuerdo presente incluso a día de hoy. Una criatura, diría que una niña aunque bien podría haber sido un mocoso quien protagonizara la historia, hablaba, a través de un teléfono de juguete, con su abuela recién fallecida. Los adultos, en principio, la miraban con ternura creyendo que se trataba de una instintiva defensa psicológica de la niña, la cual estaría, de algún modo, intentando superar la ausencia del ser querido. Hasta que la frecuencia de las conversaciones conseguía, por lógica, preocuparlos. Al final, uno de esos adultos, el padre seguramente, descolgaba el auricular y descubría que las conversaciones habían sido reales desde el primer momento y que no eran una ilusión de una cría traumatizada.
He intentado recordar alguna otra película, alguna otra imagen que haya conseguido aterrorizarme más durante todos estos años y ninguna me ha venido a la mente. Tanto como aquel episodio no, desde luego. Por eso ahora, cuando vibra el móvil y veo parpadeando el nombre de mi padre, me recorre el cuerpo un escalofrío. Es tan cierto eso de que no se echa a alguien de menos hasta que lo pierdes... Y lo de que sólo se valora aquello que ya no se tiene. Lo peor de todo es que, aquí, encajonado y sin apenas oxígeno, no puedo responder a su llamada. Ahora que lo pienso, esas historias de teléfonos que, olvidados en los bolsillos de sus difuntos propietarios, sonaban en los velatorios o en el interior de los nichos también consiguieron, en su día, aterrarme. Ahora ya no.
Muy bueno,David.Has conseguido que tenga escalofríos a pesar del calor que hace.Muy logrados el par de requiebros con los que nos dejas descolocados, y aterrorizadosssss.
ResponderEliminar¡Bú! (susto). Gracias, Paz. A veces hay que cambiar un poquito de género para tratar de sorprender al público más fiel, como es tu caso.
EliminarCelebro haberte descolocado ;-)
Buah!! No es el padre, es él!!! Qué gran giro. Giro no, es una vuelta entera: de la vida a la muerte y al revés. Me gustó el ambiente que crea, casi sin querer, todo el principio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Shhhhh, no desveles el truco, Miguelángel. De nuevo, gracias por tu comentario. Me gusta que te guste, así, por decirlo brevemente.
EliminarUn abrazo,
D.
Se que es de miedo, se que da miedo pero, me ha dado por reír a carcajadas, lo siento. Pero gracias por hacerme reír.
ResponderEliminarUn gran giro final a pesar de mis risas.
Besos desde el aire
¡Risas! ¡Carcajadas! Tú sí que acabas de darle un giro final a mi historia. Y lo demás son tonterías ;-) Igual es que me he encasillado demasiado en el género guasón, quién sabe. Un día me lo explicarás, vaya que sí.
EliminarBesos terrestres,
D.
Me ha encantado. Saludos desde el más allá...
ResponderEliminarDon José Raúl, verle de nuevo entre los vivos sí que produce escalofríos.
EliminarQué bueno que le haya encantado, eso sí. Lo cortés no quita lo valiente.
Saludos desde mi nicho,
D.
Tengo un poco dejada de lado la lectura y me ha gustado mucho. Es original y si: da grima. Me voy hacer fan tuya. Felicidades
ResponderEliminarBienvenida, Cristina. Aquí no te faltará un relato que dé grima que llevarte a los ojos. Y alguno legendario quizás también puedas encontrar.
EliminarGracias por tu visita y tu comentario.
Buena vuelta, sí señor. Muy bien llevado todo el texto.
EliminarGracias, Ernesto. Un halago así, si viene de alguien a quien Lola Sanabria le ha dedicado un microrrelato de su libro, es, con motivo, más halago ;-)
EliminarBuenísimo... el giro, y la narración, y la referencia (que me gusta imaginar que es biográfica).
ResponderEliminarGracias, Lucas. Te dejaré con la incógnita de la referencia. El misterio que envuelve la figura del autor y todas esas zarandajas, ya sabes ;-)
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