viernes, 17 de octubre de 2014

Yo, bibliotecario (4/4)

(Cuarta parte del relato ganador del I Concurs de relats breus de la Facultat de Dret de la UB) 

Ya que hemos traído a colación el tema de los ladronzuelos, me vienen a la mente un par o tres de situaciones vividas, muy jugosas. Hay tantas. Recuerdo cuando la alarma le sonó a un pollo que salía con una bolsa de deporte de color rojo Ferrari llena. Estos chorizos suelen ser chicos, no sé si porque son más pobres o más delincuentes de nacimiento o, simplemente, porque son más tontos y los pillamos, mientras que ellas se las ingenian para expurgar nuestra colección en función de sus necesidades y sin pedirnos permiso y nunca llegamos a enterarnos. Abrió la bolsa y empezó a sacar cosas de ella: que si la carpeta, que si camisetas y un pantalón de chándal, que si revistas de motor y algún libro suyo. Al fondo de todo distinguí un código civil. “Y ese código, ¿lo estabas robando?”, inquirí, medio en broma, medio en serio, porque nunca sabes cómo preguntarle a alguien una cosa así ni de qué manera va a reaccionar ante tus sospechas. “Eso parece”, respondió con una dignísima deportividad, impropia de este tipo de sujetos. Es más, cuando le rogué que me diese su carnet para ponerle la consiguiente sanción me lo dio con la mejor disposición. Qué cosas. Otro que devolvió el libro tras ser sorprendido en flagrante delito tuvo la desfachatada ocurrencia de preguntarnos “¡anda!, ¿es que no eran gratis?”, antes de irse tan pancho. ¿El tercer episodio? Ah, sí, hubo a uno a quien cazamos como a éste otro que acabo de contar. Salía tranquilamente por la puerta cuando el timbre de la alarma delató su acción. En vista de que lo habíamos pillado con el cuerpo del delito y de que no podría llevarse el libro a casa como tenía planeado, nos lo pidió “un ratito, por lo menos, para hacer unas fotocopias de los capítulos tres y cuatro”. Vivir para ver. Lo mandamos a paseo.

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Hay tardes en las cuales, antes de salir a merendar a la granja con mi novela incrustada bajo el sobaco, me paso por la tienda de Orange. Entro, seducido por su sugerente rótulo naranja, y pido un zumo. Me miran raro.

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Un día en que me aburría, sería incapaz de precisar ahora mismo cuál de ellos fue, porque como ésos hay muchos, y variados, navegué distraídamente por la red hasta dar por casualidad con un artículo, muy ñoño, escrito por una bibliotecaria chilena, en el cual mencionaba todas las cosas que había ido encontrando abandonadas dentro de los libros a lo largo de su dilatada carrera profesional. Hablaba de flores secas, tarjetas de transporte público antiguas, postales, fotos, envoltorios de caramelos, un poema manuscrito y anónimo… Y de dinero, un billete que los bibliotecarios habían dedicado a la compra de unos bombones, de los más baratos, para los usuarios y de un modesto regalito para un niño que se había quedado sin Reyes porque sus padres estaban en el paro. Le enseñé aquel texto, tan rezumante de altruismo, bondad y almíbar a partes iguales, al compañero que recogía en una caja de cartón todas las reliquias que nosotros habíamos ido encontrando a lo largo de los años, muy parecidas a las descritas por la chilena de buen corazón. Nuestra colección no se diferenciaba demasiado de la suya. También había, además de lo descrito por nuestra colega al otro lado del charco, una quiniela con calca de una temporada en la que Rayo y Hércules militaban en la Primera División, unos recibos del Colegio de Abogados, publicidad de un restaurante chino o la factura de una depilación brasileña que le habían practicado a una tal Natacha en junio de dos mil cuatro. Pero yo no se lo había hecho leer para que comparase ambas colecciones sino para ver cómo se carcajeaba al llegar a lo de los bombones. Hubo una mañana en que él también se había encontrado un billete de cincuenta euros entre las páginas de un ejemplar devuelto. La gente usa como punto de libro cualquier cosa y, además, suele ser despistada. A lo que iba, él invirtió el hallazgo en irse de putas. Todavía se ríe, llora de la risa, vamos, cuando le hablo del niño chileno y de su regalo de Reyes. Bueno, en honor a la verdad, yo también lo hago. Es que lo encuentro muy gracioso. De veras.

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En otra ocasión, más adelante y siempre que os parezca bien, os cuento alguna cosita de toros. De toros y de flamenco. Que es de lo que, en realidad, sé algo.

13 comentarios:

  1. ¿Lo de los cincuenta euros es verdad? Qué chungo tu compi, gastárselo solo. Esas cosas se comparten :-D.
    Ya nos seguirás contando, ¿no? De aquí en adelante irán surgiendo otras aventurillas igual de sabrosas.
    Enhorabuena y gracias por los buenos ratitos que nos has hecho pasar.

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    1. Noooo, Elisa, nunca cometas el error de preguntarle al autor (aunque sea de tercera categoría, como es el caso) qué hay de verdad y qué de ficción en un texto suyo. No le quites misterio al asunto. Déjalo ahí, confiemos en la capacidad de fabular del cuentista... ;-)

      Tengo bastantes más aventurillas escritas, lo que pasa que esta convocatoria estaba limitada a tres mil palabras. Ya le daremos salida al resto de un modo u otro. Y a las futuras peripecias de nuestro bibliotecario literario favorito...

      Gracias a ti, Elisa, celebro que lo hayas pasado bien con la lectura,

      D.

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  2. David, un gran cierre de relato, a la par que abierto, para en mi opinión continuarlo, quizás hacia una novela. Yo me lo pensaría. En cualquier caso, un texto muy tuyo e impregnado de un gran sentido del humor.

    ¡Enhorabuena, de nuevo!

    Abrazos, maestro.

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    1. ¿Una novela con el bibliotecario de Münchhausen como protagonista? Hummmm... no me tientes, compañero, no me tientes...

      Gracias por tus comentarios. Creo que lo has pasado bien con las aventuras del personaje.

      Abrazos, crack,

      D.

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  3. Viví durante unos cuantos años en una biblioteca, pero me parecen más interesantes tus experiencias. Yo ando últimamente muy inspirada con el manual de uso de un teléfono móvil, es la leche.
    Pone que no se puede chupar.

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  4. Ah, ¡tú también tienes un pasado! ¡Ajá! Te delataste.

    ¿De qué sabor dices que es tu móvil? ;-)

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  5. Divertidas David! Me has hecho retroceder a los años en que yo trabajé en tan magna biblioteca... No he tenido tantas anécdotas en mi larga vida bibliotecaria como las que reuní alli. La mejor: intentaron sobornarme para sacar un libro porque el susodicho no tenía carné. Después de intentar: impresionarme ("soy abogado"), adularme ("un gran profesional como tú"), amenazarme ("iré a ver al decano") y soltarme la retahíla de reglamentos que estaba saltándome, al final vino lo del soborno. Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo...
    Naturalmente no se llevó el libro.

    Un abrazo!

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    1. No está nada mal la peripecia, Anónimo. Pero tú también, a poco que cuentes un poquito más, acabarás delatándote, jejeje.

      Un abrazo y gracias por dejar aquí tu historia,

      D.

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    2. Ha sido por pereza de identificarme que no por esconderme... Fácil encontrarme porque lo he explicado muchas veces ;-D. Al final Gemmina y yo salimos y lo mandamos a tomar viento porque el tipo fue insistente y volvió varias veces en la misma tarde.
      También tengo que apuntar que no se aceptó el soborno porque no resultó apetecible y por las ganas de fastidiar al sujeto por su pesadez.

      Me han divertido mucho los relatos al tiempo que me he sentido muy identificada con situaciones parecidas aunque parezcan irreales así escritas.

      Besos.

      Francesca

      PS. Me delato pronto al no poner al principio de las frases los signos de admiración. Las reglas las sé, pero, como me decía el abogado sobornón, me las salto.

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    3. ¡Anda, Francesca! Con lo de "un gran profesional como tú" circunscribía el círculo de sospechosos a los varones. Equivocado de cabo a rabo.

      Celebro que te hayan divertido los relatillos y que te hayan servicio para evocar momentos irrepetibles. O demasiado repetidos, que no sé yo... Yo me lo pasé pipa escribiéndolos, para qué negarlo.

      Besos,

      D.

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    4. Ja ja ja. Así pues no me delataba tanto como yo pensaba.
      La verdad es que como los usuarios de Derecho yo no he tenido nunca.
      Besos,
      F.

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  6. Gracias por las risas, Vivancos.

    Besos desde el aire

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