lunes, 22 de junio de 2015

Las jugadas intermedias: la prologuista

La ajedrecista Patricia Llaneza Vega firma el titulado “Prólogo a la edición asturiana” de Las jugadas intermedias. Después de acariciar el título en diferentes ediciones, se proclamó campeona de España en el año 2006. Formó parte de la selección nacional femenina en las Olimpíadas de ajedrez desde 2002 a 2010 y en su primera participación, en Bled, alcanzó la medalla de bronce individual en el tercer tablero.
Según asegura la Wikipedia, defendió los colores de la selección en el Campeonato de Europa por equipos en cuatro ocasiones entre 2003 y 2009. Quienes la conocen bien saben que de su currículo, como dice ella, ajedrecero, prefiere destacar sobre lo anteriormente mencionado el Campeonato de Asturias por equipos conseguido con el Ciudad Naranco y su, a día de hoy descabellada, pretensión de alcanzar idéntico logro en la Lliga Catalana con el Foment Martinenc, su actual club.

Patricia Llaneza ha traducido del inglés y el alemán al castellano numerosos libros de ajedrez para diversas editoriales.

sábado, 13 de junio de 2015

Presentación de Las jugadas intermedias

Es para mí motivo de orgullo y satisfacción el poder compartir con todos vosotros, al fin, una muy feliz noticia: la inminente publicación de mi nuevo libro Las jugadas intermedias, una colección de relatos (micros y nada micros) de temática ajedrecística llamada a marcar un antes y un después en la historia de la literatura universal. O local.

La presentación tendrá lugar el jueves 9 de julio, a las 19 horas, en COTXERES DE SANTS (Aula de Formació Josep Guinovart i Grau del Edificio C -entrada por la plaza Bonet i Muixí, s/n-). En breve os anunciaré quién me acompañará en el acto. Reservad este día en vuestras agendas porque nada me haría más dichoso que compartir esta jornada con el mayor número de amigos posible. Y, si venís con la sana intención de romperos las manos aplaudiendo, mejor que mejor.

Mi segunda incursión, tras Mate en 30, en la ficción ajedrecística no habría sido posible sin la participación y decidida apuesta de Ideas Deportivas Canarias, empresa editora y distribuidora de la obra. Pronto, cuando el libro sea una realidad física, os daré toda la información sobre cómo adquirirla.


Os dejo con la sinopsis de Las jugadas intermedias:

Una década después de su debut literario con Mate en 30 (Ajuntament de Barcelona, 2004) y de su colaboración en la antología Alrededor de un tablero (Páginas de Espuma, 2005), David Vivancos Allepuz retoma la ficción ajedrecística con una nueva colección de treinta historias que giran en torno al juego de reyes. En las páginas de Las jugadas intermedias tienen cabida los grandes maestros que trasladan sus brillantes estrategias de dentro a fuera del tablero; los equipos de aficionados que sacrifican el vermú por competir los domingos por la mañana; los campeones sociales y los ajedrecistas excéntricos que participan en un abierto internacional; los botánicos que cosechan damas y alfiles; los perversos empleados de banca que echan la partidita en horario laboral. Hay sitio para las narraciones de corte fantástico y también para las historias de incómoda verosimilitud. Y para los tipos raros y los tramposos y, sobre todo, para los perdedores que tanto fascinan al escritor. Por haber, hay hasta espacio para los microrrelatos que, como las jugadas intermedias en las partidas de ajedrez, se entremezclan con el resto de cuentos de este libro con el objeto de estimular al lector, de mantenerlo alerta hasta el último párrafo, no vaya a escapársele el doble sentido de un relato o un jaque que dé al traste con el plan de juego desarrollado. Y también, claro está, para la ironía, la crítica y el sentido del humor marca de la casa que los lectores esperan encontrar en los textos del autor.

jueves, 14 de mayo de 2015

Los turistas

Hace cosa de dos meses apareció en el barrio una pareja de turistas. Él llevaba un plano en la mano y una cámara de fotos colgando del cuello y ella un vestido estampado y ligero. Nos llamó la atención ya que el nuestro es un barrio obrero y aquí no hay nada que ver, sólo calles bastante feas con bares y zapaterías. Porque otra cosa no, pero nos gusta ir bien calzados. Continuamente se pierden estos turistas y tienen que prescindir del plano porque no lo entienden. Es entonces cuando nos preguntan y nosotros los desorientamos un poco más enviándolos de aquí para allá. Y así todos los vecinos tienen ocasión de acercarse a verlos. A él con su plano y con su cámara y a ella con su vestido estampado y ligero. Con menor o mayor descaro, unos les echan fotos con el móvil y otros los graban en vídeo. Se han convertido, de forma involuntaria y desde que aparecieran de pronto, en la atracción turística del barrio. Y de eso hace, ya digo, cosa de dos meses.

(Este relato ganó la edición del mes de abril de 2015, categoría castellano, de la Microbiblioteca, concurso organizado por la Biblioteca Esteve Paluzie de Barberà del Vallès. Podéis leer los textos premiados en el siguiente enlace

martes, 12 de mayo de 2015

Enfrentarse al folio en Tordesillas

Qué mejor forma de retomar Grimas y leyendas después de tenerlas tanto tiempo olvidadas que recordar la charla que tuve la ocasión de mantener con las olas del Mar de incertidumbres en la Sala de actos del Ayuntamiento de Tordesillas el pasado viernes. La sobriedad del marco elegido imponía, así como tomar el relevo de escritores de la talla de Manu Espada, Raúl Ariza, Rubén Abella, Miguel Baquero, Ernesto Ortega o Manuel Rebollar, pero la cálida acogida dispensada tanto por los organizadores como por los asistentes me lo hicieron todo mucho más fácil.

Y nos enfrentamos al folio durante cerca de dos horas que se nos hicieron hasta cortas y lo pasamos (yo, al menos, así lo hice) de fábula, que diría un cuentista. Con bises incluidos, y también firmas cruentas, al calor de unas tapas y unas cervezas en la Plaza Mayor.

Gracias a todos los que hicisteis posible una tarde irrepetible.

jueves, 19 de marzo de 2015

Desierto rojo

Subo a la tarima del rincón, carraspeo, busco las gafas en el bolsillo de la camisa y me las coloco con la mano libre. Me acerco al micrófono, lo oriento y le echo un último vistazo a los folios doblados por la mitad. La liturgia habitual de los viernes. Vuelvo a aclararme la voz. Soy el que peor lo pasa a la hora de compartir mis poemas en las lecturas del Desierto rojo. Al resto se los nota más cómodos.

Declamo bajo el foco lo mejor que sé una poesía que escribí semanas atrás. De vez en cuando levanto la vista y veo al grupo que llena el local formando semicírculo alrededor del pequeño escenario, con la barra y el botellerío al fondo. Sigue con atención mis versos, incluidos los camareros, y distingo en la penumbra a quien cabecea como afirmando lo expresado en mis rimas. Gano la seguridad suficiente para acometer la lectura de un segundo poema, que algunos conocerán porque fue publicado hace dos años en una antología que recogía los mejores trabajos de los jóvenes poetas más prometedores de la ciudad. Las nuevas voces, que dicen. Al inicio del tercer endecasílabo oigo un murmullo que, al poco, se va haciendo más y más molesto. Levanto los ojos del papel un instante y, sin dejar de leer, reconozco al muchacho bajito de la gorra proletaria que últimamente se deja caer por el Desierto. Él es quien, al hablar en voz alta, provoca ese runrún tan incómodo para mí, quien rompe la comunión que había logrado alcanzar con los asistentes. Elevo el tono y el joven poeta parece adoptar la misma estrategia porque cada vez percibo con mayor nitidez el timbre de su voz, tan característico, tan desagradable, tan irritante, como de cañería herrumbrosa por la que corre cazalla. Maleducado. ¿Acaso no he eschuchado yo con el debido respeto cuando le ha tocado el turno y ha subido a leernos sus poemas sociales? ¿Acaso no es lo que hemos hecho todos? El Jabato, Rosa, Pablo y Mar, Enrique, Gecé, Rodrigo, Antoine. Supongo que le está contando algo al Chapu, que está a su derecha con un vaso largo en la mano. ¿Un chisme que no podía esperar al intermedio? ¿Un recado urgente? Lo dudo. Así que hago de tripas corazón y sigo adelante, todo coraje, y les hablo del desgarro de mi desamor, de la evanescencia, del desarraigo. Porque yo soy mejor poeta que él; porque soy más intenso; porque incluso soy más alto que él; porque tengo más educación; y porque, ¡qué coños!, el micrófono lo tengo yo y se me tiene que oír, a pesar de mis habituales titubeos, mejor que a él por muy buen recitador que sea. Leo, declamo, interpreto con una emoción y un aplomo desconocidos el tercero de mis textos con ese incordio de rumor zumbando de modo inmisericorde en mis oídos. En mis odios. Y lo hago realmente bien. Todos son testigos privilegiados del triunfo indiscutible de mi lírica rutilante. Por primera vez, después de tantos meses, me siento más que a gusto. Poeta laureado por una noche.

Aplausos. Más que aplausos, una ovación. Atronadora y sincera. Doy las gracias, francamente complacido me inclino igual que un actor teatral al final de la función, escondo los papeles doblados en el bolsillo posterior del tejano. Caigo, de repente, en la cuenta de que cuando se ha producido el estallido de aplausos y vítores todavía no había terminado con mi tercer poema sin título. Me quito las gafas de cerca y observo cómo todos están vueltos hacia el muchacho bajito de la gorra proletaria quien, sonriente, agradece el reconocimiento unánime del auditorio y que muchos de esos aficionados a la poesía, entusiasmados, lo estén felicitando con tanta efusividad. El Chapu, ahora, echa un trago de un botellín y yo le ruego, por señas y desde la distancia, aquí arriba, en la tarima, que me vaya pidiendo otro para mí.

domingo, 8 de marzo de 2015

En un lugar llamado M (Rosa Martínez y David Vivancos Allepuz)

Los emianos viven en la tinta de las emes mayúsculas de los titulares de los diarios de todo el mundo. Mimetizados en su medio, los habitantes de M son de color negro teléfono y ésa es la causa de que las emes sean sensiblemente más oscuras que el resto de las letras que integran los titulares de prensa. Este fenómeno tonal es apreciable a simple vista, si bien pocas son las personas que parecen haberse dado cuenta, hasta ahora, de ello. Los moradores de M son minúsculos, meras partículas, y gozan de una gran vitalidad. Se mantienen en constante movimiento, son inquietos, yendo de aquí para allá sin superar los límites de la letra que los alberga. Se nutren de luz, solar o artificial, y de la mirada de los lectores. Si faltara cualquiera de estas dos fuentes de alimentación, se desvairían lentamente y languidecerían hasta morir.

Los emianos son un poco coñazo. Y no únicamente por el carácter pesimista que les confiere el hecho de vivir en un mundo de completa oscuridad y de ser, ellos mismos, negros como tizones. Es que, además, son muy responsables y respetuosos y temerosos de las leyes. Eso se debe a la propia fragilidad intrínseca del país. Desde pequeñitos se les ha inculcado la idea de que cualquier descuido podría suponer su fin. Un grifo abierto. Una chispa que salta capaz de reducir a cenizas no sólo al país entero sino también al conjunto del diario. Por tal razón los pequeños emianos han decidido renunciar a la electricidad, al uso de las canalizaciones de agua corriente y a la mayor parte de los últimos avances tecnológicos y se han acostumbrado a vivir, prácticamente, como trogloditas. Ni siquiera se lavan. Recientemente fueron descubiertas un par de comunidades cuyos habitantes se comunicaban entre sí por medio de extraños gruñidos en los cuales preponderaba el sonido de la letra eme. Y es una pena esta involución porque, desde siempre, al pueblo de M se lo tenía como ejemplo de aficionado a la literatura y a las artes, en general. Aún así, les encanta mirar las estrellas, y en las noches en las que el cielo está cuajado, salen al campo y hacen hogueras de papel celofán rojo y amarillo y se congregan alrededor de ellas mientras envidian aquel fulgor.

M es un país de contrastes dividido entre sus altas cumbres de hielos perpetuos y su oscuro y frondoso valle. En el norte de M las plazas son empinadas, los caminos trazan constantes subidas y bajadas y hay un sinfín de pendientes vertiginosas dificultando la circulación de carros y carretas. Hasta las viviendas son puntiagudas y las pirámides están de moda. En el sur, por el contrario, abundan las convergencias y no son raros de ver edificios que imitan la silueta inclinada de la célebre torre pisana. En las partes occidental y oriental del país predominan, como es lógico, las líneas verticales en todos los órdenes de la vida.

Si tienes pensado visitar M no olvides llevar linterna y pilas de repuesto aunque, particularmente, si tuviera que recomendar un lugar al cual ir de vacaciones, dejaría el plan para más adelante y me decantaría, en primera estancia, por J. No sólo por su reconocida belleza y el colorido de sus paisajes, auténticas postales impresionistas, sino también por la bonhomía de sus gentes y, sobre todo, por la alegría de sus famosos bailes regionales.


(Relato coescrito con Rosa Martínez para el proyecto 12.24 : 12 défis, 12 retos, 24 autores, 24 auteurs de Caroline Lepage)

martes, 24 de febrero de 2015

Biografía no autorizada (Paz Monserrat Revillo y David Vivancos Allepuz)

Para conocimiento de la Humanidad y por coherencia literaria, voy a poner las cosas en su sitio de una vez por todas. Y por defender mi honor, qué caramba. Punto por punto y cronológicamente, aunque ya debería saber todo el mundo que el Tiempo, así, en mayúscula, no existe. Diga lo que diga el primer libro.

Los despropósitos comenzaron con la narración del turbio asunto del jardín y la fruta supuestamente ofrecida por un reptil lenguaraz y sin patas a mi parejita original. Todo muy confuso y muy falso.

Que un arrogante armador aprovechara la temporada de lluvias torrenciales para sacar de los astilleros su barco estrella y ofrecer un crucero para mascotas promiscuas nada tiene que ver Conmigo.

¿Cómo voy a exigirle a nadie que suba a una montaña para sacrificar a su hijo antes de dar ejemplo haciéndolo Yo con el mío propio?

Reconozco que me divertí, ¡y de qué forma!, observando el lío originado en Babel, pero solo pude certificarlo como una consecuencia natural de que los arquitectos se empeñen, desde siempre, en construir edificios tan altos y se vean obligados a importar mano de obra de otros países, así como con el necesario nacimiento de dos nuevas profesiones: la de traductor y la de enlace sindical. Tampoco ha de responsabilizárseme a Mí de todo lo que pase.

Estoy harto de que se me relacione exclusivamente con paisajes bucólicos llenos de rebaños en tierra firme; de ballenas en el mar; y de querubines de sonrosados mofletes en el aire. No tengo palabras para esos ojos furibundos circunscritos dentro de triángulos equiláteros. ¿A qué mamarracho se le ocurriría semejante disparate?

En cuanto a la narración de la vida de mi chico, menudo muchacho, esos cuatro escritorzuelos no entendieron de la misa la mitad. Degradado a simple prestidigitador galileo por obra y gracia de los muy merluzos. ¡Si es que hasta lo de María Magdalena se les pasó por alto!

Desde aquí denuncio a esa pandilla de amanuenses ignorantes, profetas muertos de hambre y evangelistas hippies, caterva tendenciosa e incapaz de articular una biografía decente, quienes tergiversaron todos los hechos, confundiendo a media Humanidad y provocando y conflictos innecesarios con tal de hacerme la pelota. ¡Los escupiré de mi boca! ¡Cómo han osado escribir de ese modo sobre Mí, el Gran Hacedor, el Único y Supremo Narrador Omnisciente!

(Relato coescrito con Paz Monserrat Revillo para el proyecto 12.24 : 12 défis, 12 retos, 24 autores, 24 auteurs de Caroline Lepage)

jueves, 19 de febrero de 2015

Sotherby's

Nadie pujó por el 2 de mayo de 1989 del siguiente lote y el 14 de noviembre se lo llevó un franchute. Finalmente salió el 10 de diciembre, el día de mi primer juicio. Defendí entonces al Peque Soto, un canalla acusado de liquidar a su abuela una vez ésta le hubo abierto el candado de su joyerito de nácar. Conseguí la absolución de quien acabara confesándome su culpabilidad.

Alguien superó mi puja. Sorprendente. Confiaba en hacerme con mi día sin contratiempos, para poder revivirlo cuantas veces quisiera. ¿Quién sería el aguafiestas? ¿Un caprichoso que querría regalárselo por su cumpleaños? ¿El enviado de la inevitable multinacional nipona con instrucción de pujar? Había descartado tal posibilidad, un vertido tóxico había arruinado la costa de Kushiro precisamente el 10 de diciembre, declarado por ello de luto nacional en Japón. Me volví, presa de una creciente ansiedad. Había envejecido mal pero lo reconocí. El Peque sonrió.

miércoles, 11 de febrero de 2015

El otro Noé

Era mi diluvio, pero no mi barco. Había zarpado dejándome en tierra. Cuando lo daba todo por perdido, divisé en lontananza lo que parecía una nueva embarcación. La recibí con alegría. El capitán, un hombre anciano como el del arca primera, sólo que más bronceado, con un aspecto menos descuidado y dos aretes en las orejas, me invitó a subir. Ascendí por la rampa y me condujo hasta la bodega, donde se hacinaban diferentes parejas de animales. Leones, elefantes, osos polares. Nunca hasta entonces los había visto. Busqué en vano a mi camella. Allí no había camella, como tampoco había leona ni elefanta ni osa polar.

viernes, 23 de enero de 2015

Marcel

Contrariado por la respuesta del camarero, el joven Marcel pide que le traigan cualquier cosa con el té. En mala hora accedió a acompañar a su amigo René a este país de salvajes donde ni siquiera saben qué son las magdalenas, masculla al dejar el bastón en la silla. Mira con recelo cómo el camarero vuelve y deja sobre la mesa la infusión y un platito con un sobao. Observa desde la distancia el cuadrado de bizcocho mientras corrige la guía del bigote con una elegante caricia. Se decide finalmente: lo coge, le da un bocado con precaución y lo devuelve al plato. Descubre un brillo aceitoso en sus dedos y apenas consigue disimular la mueca de asco que le provoca. Mastica con desgana y, de repente, siente el gusto de la mantequilla y los huevos, el del azúcar y el licor, la leve acidez del limón rallado, sabores que se expanden por su paladar transportándolo a valles de complicada orografía cuya existencia ignora. Reconoce, apesadumbrado, que el sobao le está encantando.

Decide dejar la búsqueda del tiempo perdido para mejor ocasión y le hace una seña al camarero para que le traiga otro. Ahora con un orujo de hierbas.