miércoles, 15 de octubre de 2014

Yo, bibliotecario (2/4)

(Segunda parte del relato ganador del I Concurs de relats breus de la Facultat de Dret de la UB) 

Si tuviera el antebrazo más ancho, me tatuaría en él el rostro de un bibliotecario famoso. Un top. Alguien tipo Dewey o Rubió i Balaguer o, mejor, qué caramba, tipo Ranganathan. Pero tengo bracitos de alfeñique y no me quedaría bien.

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Un erasmus alemán u holandés (¿existe alguna diferencia entre ellos?), cuya piel perpetuamente bronceada causaba admiración y envidia entre las bibliotecarias de mi turno, había adquirido el hábito de toser y estornudar con abundante estrépito y aparato sonoro, cuando no eructar o emitir risitas, al ponerse a consultar, durante horas y horas y más horas, Internet. Encajarse los auriculares en los pabellones auditivos y perder la consciencia de hallarse en un lugar público y, para su desgracia, silencioso, era todo uno. Un día en el cual sus risas, provocadas en esa ocasión por un episodio especialmente divertido de The Simpsons, requirieron mi presencia, la tercera en lo que llevaba de semana, se excusó con un pulgar hacia arriba a la vez que pronunciaba un enigmático “ok, ok, gracias, gracias”. Su tarzanesco discurso dejó bien a las claras que no se había enterado de nada de lo que le había estado diciendo. Y eso que mi mensaje no había sido tan complicado. “No estás solo, ¿me entiendes?, no estás solo. O dejo de oírte o te echo”. Nada más girarme, sin apenas tiempo de dar el primer paso, mis oídos volvieron a escuchar su tímido y medio sofocado “jijiji”. Volví hacia él hecho una hidra y lo invité a marcharse. “Ok, ok, gracias, todos hablan, no yo sólo”, vino a responder, "gracias, ok, gracias”, dijo y, con tanto “gracias”, me recordó a un juez de silla educadísimo del Conde de Godó. Se disculpó juntando las palmas de las manos a modo de oración budista y regresé al mostrador con evidente disgusto.

Entonces escuché a alguien que pronunciaba mi nombre. Me di la vuelta y me encontré, de pie junto a los ordenadores, a un alumno gigantón a quien había ayudado en el despacho en un par de ocasiones con un problema que tenía para acceder a su espacio personal y con su identificación en el campus virtual. “¿Quieres que lo echemos?”, me preguntó señalando alternativamente al erasmus color barro, que era como el Golem pero estrecho de hombros, y a un colega suyo de gimnasio, el cual permanecía silencioso a su lado. “No, no, no pasa nada”, respondí, azorado. “En serio, que no nos cuesta nada, si quieres lo echamos a la calle”, insistió, frotándose las manos. “De verdad, tranquilo, no pasa nada”, contesté con una sonrisa nerviosa que supe esbozar para que la cosa no fuese a más. Me sentí como el blanco de la película, ése que ha salvado de las garras de un bicho peligroso a la hijita de un jefe local o de un nativo forzudo y ve cómo éste pasa a convertirse en una especie de esclavo servil al sentirse en deuda eterna con él. Una sensación, dicho sea de paso, de lo más agradable. ¿Por qué no reconocerlo?

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Cuando entro en una biblioteca pública, una extraña fuerza de origen desconocido me empuja a pasearme por la sección de poesía. Encuentro, a veces, en las baldas de la sección rotulada como “Poesía castellana”, obras de García Lorca, Alberti o Miguel Hernández, autores granaínos, gaditanos, alicantinos, o lo que se tercie, convertidos en mesetarios por el capricho de algún iluminado. Casi siempre que eso ocurre, sufro palpitaciones y se me acelera el pulso y corro a meterme en el bar más cercano a tomarme un anís del Mono para calmar los nervios. Si la cosa se prolonga, tengo por costumbre terminar mi ingesta medicinal dando una conferencia a la parroquia presente sobre lo gordo que me cae George Clooney. Detesto su miradita, su sonrisita de cordial picardía o pícara cordialidad. Me resulta estomagante de la cabeza a los pies. Todo entero. Lo odio profundamente, a George Clooney. Y a sus primogénitos.

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4 comentarios:

  1. Maestro, una segunda entrega acorde a la primera, repleta de buen sentido del humor y con un admirable hilo conductor.

    A la espera de la tercera parte quedo.

    Abrazos.

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    1. Mañana más pero no mejor. Porque es imposible ;-)

      Abrazos, maestro, y gracias por tu fidelidad a mis leyendas,

      D.

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    2. Entre maestros y bibliotecarios me cuelo aquí yo. Con permiso eh.Solo para decirle a David que espero más entregas y vicisitudes del personal variopinto que pregunta tontadas en el servicio de préstamo y sobre todo sus respuestas (las de David), cuando se entrega con tanta bondad y coña a interpretar, filtrar, traducir y transcribir dichos encuentros.
      Bueno, majo, que me encanta tu serie. Oye, por cierto estoy buscando un libro que me han recomendado. Es de un escritor muy bueno, español Sí hombre, le han dado un premio y todo. ¿Año? Eso no sé, pero no habrá tantos. Ni que fuera un Oscar...
      Abrazo, David

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    3. Gracias por dejar aquí tu huella, Susana, encantado de que te encante el serial. La pena es que no podía exceder el texto las tres mil palabras. Si no tenía para más, te lo aseguro. Y... recuerda... no responde David sino ese bibliotecario de ficción literaria... Ejem.

      ¡Tú el que buscas es La colmena! Pásate por la biblioteca y te lo presto. ¿Lo quieres con dedicatoria del autor para alguien en especial? ;-)

      Abrazo,

      D.

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