domingo, 27 de noviembre de 2016

El patio de luces

Cada mañana me asomo al patio de luces para verlo pasar. Aunque no tenga ropa que tender, cuando son las once y veintiocho, abro la ventana y espero a que salte. Es tan puntual y tan constante. Y educado: el suicida siempre consigue articular algo parecido a un buenos días en el escalofriante alarido que acompaña su trágica caída. Le respondo yo con el mismo saludo y le deseo, todos los días sin excepción, el peor de los aterrizajes. Ya sin ninguna convicción.

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