jueves, 16 de febrero de 2012

Al amigo desconocido

La que siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él, concluyó Criado. Y yo quise decir que sí, que tenía razón, en cuanto podía hacía ostentación de aquella pitillera, regalo del subsecretario de Gobernación, que tantas veces nos había mostrado cuando quería presumir de contactos en el ministerio. Cierto, Criado, cuánto alardeaba de su insignia del sindicato, siendo peligroso como era, se me adelantó Illescas. Illescas, Criado se refería a que lucía mucha pluma, rió alguien. Pues yo pensaba que hablabais de su dentadura postiza, la había mandado hacer en Suiza, apuntó Gorostiza, algo corrido. Nos miramos incómodos. Pedí otro café, más que nada para romper ese silencio tan embarazoso.

6 comentarios:

  1. Fantástico este relato que arranca in media res y con cuatro pinceladas nos hace ver toda la historia, tanto la previa como la futura.

    Un micro para enmarcar, David.

    Abrazos,

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  2. Al final conocidos o desconocidos el caso es despellejarse... me ha gustado tu idea.

    Un abrazo.

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  3. Gracias, amiguetes, es grato teneros ahí, tan cerca...

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  4. Denso, bien escrito, peculiar, te lleva a otra época.¡Qué te puedo decir! Lo he tenido que leer tres veces para entenderlo, pero al final me ha enganchado. Yo me los imagino en una biblioteca señorial con estantes de madera maciza y sillones tapizados, pelando al ausente...

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  5. Sergi, posiblemente éste peque de lo que tú dices. Para mi gusto, hay autores que abusan de la narración y del final alambicados y obligan a los lectores a un esfuerzo innecesario. A la relectura. En líneas generales trato de huir de eso aunque, a veces, me ocurre. Supongo que el peligro siempre existe, que va incluido en la brevedad del formato escogido. Me esmeraré para que no se convierta en costumbre.

    Un abrazo a todos,

    D.

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  6. Al final sean de hombres o mujeres las reuniones acaban hablando pestes del que falta... debe ser genético.
    Me gusta como lo cuentas.

    Besitos

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