jueves, 29 de noviembre de 2012
Infancia
“¿Hay algún cuentista en el tren?” Me levanté con la premura que la voz metálica reclamaba y corrí, siguiendo sus instrucciones, hacia el vagón restaurante. El revisor respiró aliviado al verme llegar y me dejó a cargo del viejecito. El anciano miraba el paisaje con los párpados entornados y recitaba, balbuceante, nombres de colinas y prados de la infancia, sumido en una especie de trance. “Fíjese bien. El trigo maduro, el vuelo del grajo. Y ellos… ellos leen, dormitan. Los pasajeros son insensibles. Ayúdeme, por favor”, rogó apretando con fuerza mi mano. Saqué la libreta apresuradamente y comencé a escribir todo lo que me fue dictando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¡Qué bueno, David! Soberbio extañamiento de la situación, a tal grado que logras una imagen que el lector asume como lógica y realista.
ResponderEliminarUn abrazo,
Como si fuera un médico dispuesto a salvar una vida...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho David.
Besos desde el aire
Amigos, gracias por seguiros pasando y dejando vuestros comentarios en mi humilde morada. En vuestra humilde morada.
ResponderEliminarUn abrazo y unos besos terrestres,
D.
¡Menos mal que había un cuentista a mano!
ResponderEliminarBesitos