Le susurro algo a mi montura para tranquilizarla. El indio descabalga y corre hasta los restos de la hoguera. Remueve las cenizas, toma un tizón y lo estudia con detenimiento. Levanta la vista, el sol lo obliga a entornar los párpados. El rastreador deja que el aire abrasador del desierto le acaricie el rostro. Parece olfatear una presa invisible. Su perfil anguloso se muestra ante mí como una misteriosa máscara ritual, fascinante, recortada en cuero.
Acerca la oreja al polvo del camino, los ojos todavía cerrados. Escucha durante aproximadamente un minuto y se incorpora. Sin necesidad de interrogarle, me cuenta que son tres hombres, que nos llevan unas siete horas de ventaja. Que se dirigen a Arkansas. Retoma la auscultación del suelo pedregoso. Me informa ahora de que Virginia y Tennessee también se unirán a los estados confederados. Y de la batalla de Gettysburg y del asesinato de Lincoln dentro de dos años.
Quiero saber más. Pregunto por la invención del fonógrafo y, ya puestos, por la guerra de Cuba. Vuelve a pegar la oreja a las piedras. Sin éxito. Se confiesa incapaz de decirme nada nuevo. Entonces le ofrezco la cantimplora. Creo que ha llegado el momento de regresar.
FER-PEC-TO, pero espero que no salten los correctores políticos a decirte que es nativo americano, lo de la explotación el colonialismo y que además sugieres el complot contra Kennedy. Lo espero, de verdad. Muy bueno, qué te voy a contar. Saludos.
ResponderEliminarMe gusta la sorpresa que nos depara tu relato, me hace sonreír a media lectura. Cinematográfico señor Vivancos.
ResponderEliminarSuerte y besos desde el aire