A la conclusión del congreso, los lingüistas anunciaron, para alborozo de académicos y filólogos de todo el mundo y pasmo de la población en general, el relevante hallazgo de la palabra que habría de definir un nuevo color maravilloso y su inminente inclusión en la futura edición del diccionario normativo. Aplaudieron unos la sonoridad de la misma, loaron con entusiasmo otros su oportunidad, todos coincidieron en destacar la adecuación del nombre dado.
Ejércitos de exploradores y aventureros de los cinco continentes se apresuraron a adentrarse en la Amazonía esmeralda, a perderse en los desiertos, ocres y hostiles, y a recorrer de extremo a extremo los níveos casquetes polares, embarcados en expediciones científicas cuyo único objetivo era descubrir en la naturaleza ese color increíble, fantástico y todavía desconocido que ya tenía nombre.
Pasan los años sin que llegue el ansiado anuncio del hallazgo que todos esperamos. Pero no perdemos la esperanza.
Cuando menos se lo esperen... O cuando evolucionemos y tengamos más conos receptores del color.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Me ha recordado un texto de Asimov que especulaba sobre un nuevo sentido en los humanos. Original y apetecible.
ResponderEliminarAh, los colores. Una de mis paranoias más felices. No lo encontrarán, como dice Rosa, les hacen falta más conos receptores de color. Que hablen con la mantis marina.
ResponderEliminarDe todas maneras esto me deriva más a esa necesidad humana de ponerle nombre a todo.
Abrazos
Es que me acabo de leer los tres libros de Ospina sobre Ursúa, Orellana y compañía y tenía ganas de meter el Amazonas en alguna historia. Y le ha tocado a ésta...
ResponderEliminarBesos terrestres y abrazos,
D.
Cuantas cosas no nos prometen para mantenernos detrás de la zanahoria David. Muy bueno.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias, vecino. No te contesto extensamente para no distraerme del penduleo juguetón de la zanahoria que tengo delante de las narices...
EliminarAbrazos,
D.