Encontré, agazapado detrás del bonsai, a un soldado japonés de plástico color café con leche, de base plana rectangular y armado con un fusil, de ésos que salían en los sobres sorpresa de Montaplex que compraba de chico en la tienda de chucherías de la señora Modesta. No sé, a ciencia cierta, quién de los dos se sorprendió más. Cuando quise saber qué diantre hacía entre mis macetas me explicó muy excitado que se escondía de un americano. Hablaba español a trompicones, con fuerte acento de Okinawa. “Vaya, otro caso más de japonés hallado tras años de incomunicación que no se ha enterado de que la guerra acabó hace décadas”, me dije.
Qué irritado estaba, el muy gilipollas. Me habló de un nordista monocromo como él, en su caso azul, quien, sable en mano, hacía años que lo perseguía por toda la casa, cuando no le tocaba al americano esconderse de sus ataques. Presumía de manejarse mejor que el yanqui entre las plantas, acostumbrado como estaba a las escaramuzas en la selva de las islas del Pacífico. Me divertí de lo lindo escuchándolo. En el momento de regalárselo al nene de los del sexto primera, el soldadito me dedicó unas palabras horribles que prefiero omitir. Me acusaba de haberme posicionado de parte de su encarnizado enemigo y me amenazaba con terribles tormentos por traidor y colaboracionista. Al niño le pareció divertido el modo de refunfuñar de aquel muñequito, así que se lo guardó en el bolsillo del pantalón, encantado de la vida. Allí metido, sus gritos nos llegaban atenuados y producían un efecto muy gracioso que hizo reír con ganas al hijo de mis vecinos.
Hace ya dos semanas que me pongo el despertador a diferentes horas de la madrugada, con la intención de sorprender al nordista que anda por casa durmiendo entre los cactus o debajo del sofá. Todavía no he dado con él. Pero pronto he de darle caza. Palabra.
Como siempre tus textos me sorprenden y no me dejan indiferente. Este, me ha dejado unq buena sonrisa.
ResponderEliminarBesos desde el aire, viajando.
Los soldaditos nipones hacen que los desplazamientos sean más entretenidos. De toda la vida se sabe.
EliminarGracias por la sonrisa, lectora.
Y besos terrícolas,
D.
Me ha gustado, David, este relato fantástico humorístico que también nos habla de nuestras neuras encadenadas.
ResponderEliminarAmigo Ximens, te considero vanguardia humorística en esto del microrrelato generacional. De la generación blogger, digo. Así que tu comentario es, para mí, una pequeña medallita de la que pienso presumir por ahí. Muchas gracias, maestro.
EliminarMenuda historia, David. Además tan real. Se nota que tiras de recuerdos. Seguro que era acento de Okinawa? Allí casi no tienen acento, es más, no hablan. En serio, muy divertido.
ResponderEliminarUn abrazo
Maldición, me has descubierto. Tiro de recuerdos, sí, mi imaginación no da tanto de sí. Sólo me he permitido una licencia: el acento de muñequito que me encontré era de Tokio, del puritito centro de Tokio. Pero me permití la licencia de Okinawa, para darle mayor verosimilitud y un punto de exotismo ;-)
EliminarUn abrazo, dramaturgazo,
D.
Fantástico! :D
ResponderEliminarGracias, Lucas.
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