miércoles, 6 de marzo de 2013

Bronstein-Tal, 2011

- El tipo le recriminó algo nada más subir, discutieron, se insultaron y el autobusero le propinó un cabezazo. Todo venía de que, por lo visto, había detenido el bus unos metros más allá de la parada. Total, que entonces cogió el móvil y llamó a la policía. El muy cafre le había abierto una brecha en la frente. Y el conductor nos hizo bajar a todos y se fue a la cochera. ¿Qué te parece? Claro que la gente no se cruzó de brazos, en otro tiempo puede, pero después de lo de Egipto, ni hablar. Querían ponerle una denuncia colectiva… –contaba, prolijo y rememorativo, agitando mucho las manos como si de veras estuviese reviviendo el momento.
- ¡Chist! –lo interrumpió el otro llevándose el dedo a los labios, visiblemente cansado de la cháchara del compañero–. No es momento, ¿no crees?
- ¿Tienes un cigarrillo? –inquirió el primero con acento vinoso.
- ¡Oh, por el amor de Dios, cállate de una vez! –hubo de reprenderlo de nuevo.

Tras unos minutos de tenso silencio, el más alto reunió valor suficiente para dar por finalizada la espera y asomarse con cautela a la ventana. Invitó al colega a que hiciese lo propio dándole un leve puntapié. Seguía agazapado con la espalda apoyada en la pared del cobertizo, ensimismado en la contemplación de la desierta esquina iluminada por la farola. Tenía el pulso acelerado.

- ¿Qué hay ahí dentro? –preguntó, de pronto, el del suelo.
- Puedes comprobarlo por ti mismo –le contestó el más alto, que también era el más judío, de los dos.
- ¿Es que no puedes decírmelo? –protestó aquél, contrariado. Ambos hablaban bajito.
- Si te lo cuento, no me crees –razonó el más alto y judío, a quien, como fácilmente puede deducirse, no le gustaba demasiado hablar.

Se puso en cuclillas el otro, con sigilo, imitando la postura en la que permanecía su compañero, se agarró al marco de la ventana y, subiendo poquito a poco, acercó lentamente los ojos al cristal. Una bombilla sucia que colgaba del techo de un cable medio pelado alumbraba la partida que dos ajedrecistas estaban jugando en un tablero dispuesto sobre una mesa vieja y baja, sentados en dos banquetas de las de ordeñar cabras. Sombras aquí y allá confirmaban la presencia de espectadores que seguían, de pie, el juego. El que conducía las blancas adelantó un peón. Era gordo y calvo como una rana y llevaba unas gruesas gafas de montura negra.

- Chico, ¿no es ése Bronstein? –quiso saber el más alto de los dos, señalando con el dedo al que acababa de mover. El ajedrecista vestía un raído traje oscuro con la hombrera izquierda desgarrada y a la vista y llevaba la corbata granate muy mal anudada.
- Pues no sé qué decirte, desde aquí, la verdad. No pondría la mano en el fuego –eludió la respuesta el más cegato de los dos.
- Pues te digo yo que tiene que ser David Bronstein –insistió entonces el más tenaz de los dos.
- No te digo ni que sí ni que no pero, ahora soy yo quien se la juega, para mí que el otro es Mijail Tal –aportó un nuevo elemento a la conversación el más arrojado de los dos.
- Pues yo dudo de que lo sea porque se acaba de dejar un caballo, ¿lo ves? ¿Se colgaría un caballo, así como así, Tal? –lo contradijo el que mejor sabía jugar a ajedrez de los dos, quien, por cierto, debido a la poca luz que había en la calle ya no sabía muy bien si era él mismo el más alto y judío de los dos o lo era el otro, llegando al extremo de confundirse y de pisarse ambos en los turnos de palabra durante la breve charla que estaban sosteniendo.

Tal, o quien tanto se le parecía, levantó la vista del tablero a la espera de que su rival capturase el caballo recién colocado en una casilla negra. Esa sensación, al menos, daba. La potente bombilla permitió a los observadores que seguían la partida desde la calle ver cómo fijaba uno de sus ojos en el adversario mientras el otro miraba hacia Zamora. El parecido con el legendario campeón mundial se les antojó asombroso. Una mosca inoportuna se posó en la alborotada pelambrera blanca que le cubría el colodrillo, paseó curiosa por el cráneo también pelado del segundo ajedrecista y voló hasta una de las mangas del andrajoso traje, como de ropavejero si no peor, del jugador de negras. Bronstein, o el sosia de Bronstein, enrocó como si no se hubiese dado cuenta del fatal error del oponente. Mijail Tal respondió inmediatamente y, en lugar de retirar el caballo amenazado, ocupó la columna semiabierta con una de las torres. Bronstein apenas tardó unos segundos más en realizar su siguiente movimiento: tampoco capturó ese caballo, que parecía blindado o inmortal por algún capricho del Destino, y fue más allá, dejó su dama a tiro de la torre recién desplazada por Tal. La rapidez de las respuestas contrastaba con la perezosa ejecución de las mismas, lentas, graves, hipnóticas. Quizás para demostrar su lógico descontento con el juego exhibido por los dos campeones, quienes, a estas alturas, habían dejado claro que sus jugadas se regían más por impulsos mecánicos, autómatas, que por una profunda reflexión de las posibilidades ofrecidas por la posición, algunas de las sombras empezaron a moverse torpemente arriba y abajo, desorientadas, como si hubiesen perdido el interés en la contienda.

El atolondrado desplazamiento de los presentes fue interpretado por el más impaciente de los dos que esperaban afuera, fuese quien fuese, como la señal esperada para entrar en acción. Con paso decidido rodeó el edificio, seguido de su compañero, se plantó delante de la puertucha de tablas y la derribó de una fuerte patada. El estrépito de ésta al caer sorprendió a Bronstein en pleno movimiento. Se quedó unos segundos con el brazo en alto, suspendido paralelo al tablero, sosteniendo en la mano derecha la dama blanca. Los espectadores se giraron en dirección a las dos siluetas que la luz de la farola perfilaba en el umbral. Uno, clavadito a Tigran Petrosian, abrió mucho la boca, sorprendido, y, apuntándolos desmayadamente con el índice, dijo algo así como “eh”, vocal que prolongó durante un buen rato. Los otros avanzaron hacia los dos intrusos arrastrando los zapatos por el suelo de tierra y paja. A Bronstein, de repente, se le desprendió el brazo, que cayó en el tablero, lo que provocó el derrumbe de unas cuantas piezas y la ruina de la posición. A Tal le chorreó una espesa baba verde oliva barbilla abajo cuando quiso afearle el gesto a su contrincante. Una papilla, por lo demás, bastante pestilente.

- ¡Recuerda, a la cabeza! –gritó el más alto de la pareja recién llegada antes de abrir fuego con su fusil de asalto contra los dos ajedrecistas.
- ¡Malditos zombies hijos de puta! –lo secundó el otro quien, a continuación, profirió un alarido escalofriante salido de lo más profundo de sus entrañas. Visualice aquí el lector los casquillos volando a cámara lenta, como en una de esas escenas de marines descontrolados con un pañuelo anudado a la frente, aullando mientras disparan al enemigo en la selva, y se hará una idea del desarrollo posterior del tiroteo contra el tambaleante grupo de muertos vivientes, quienes pasaron, de una vez por todas, a la definitiva Eternidad por vía de apremio.

David Bronstein intentaba con su único brazo incorporarse, ayudándose del taburete en el que había estado sentado hasta la violenta irrupción de los dos asaltantes. Gruñía. Un bulto también se movía mínimamente entre los otros cuerpos caídos. El más alto se adentró en el cobertizo para rematarlos.

viernes, 22 de febrero de 2013

Adelanto horario

Con objeto de favorecer el ahorro energético, el gobierno estableció el adelanto horario para la madrugada del 26 al 27 de marzo. Telediarios, periódicos y programas de radio alertaron a la ciudadanía de que el domingo a las dos los relojes tendrían que ser adelantados. La novedad radicaba en que, dadas las graves consecuencias de una crisis que iba para crónica, a las dos de la madrugada habríamos de mover las manecillas hasta las tres del 27 de marzo, pero del año 2028. Tal era la magnitud del problema.

Yo siempre he estado de parte del gobierno y, en el fondo, esta medida tan excepcional no ha dejado de parecerme correcta. Ahora bien, desde que adelanté el reloj a 2028 la vista me ha empeorado una barbaridad, me duelen las articulaciones cuando se avecina tormenta y noto unas lagunas en la memoria que empiezan a preocuparme. Y el aliento. He observado que me falta el aliento cuando hago cualquier esfuerzo, por mínimo que sea. Todo junto, muy fastidioso. Vaya que sí.

jueves, 14 de febrero de 2013

Día catorce

Día siete. Llevamos una semana agazapados detrás de los arbustos. La fetidez de nuestros excrementos se confunde con la de las otras bestias. Algunas, las más atrevidas, se acercan hasta nosotros y nos olisquean. Hoy únicamente hemos visto a una mujer y a un hombre con una vaca famélica.

Día once. Por este camino sólo andan viejos que van hasta la aldea vecina a por carne de caballo o pan. Ni rastro de los milicianos sobre los que tenemos orden de abrir fuego. Se supone que la voladura del puente los obligaría a pasar por aquí. La inactividad nos agarrota los músculos.

Día trece. Nuestro propio hedor es insoportable. La pinaza se nos clava por todas partes. Se acabaron las provisiones. El teniente conoce la precariedad de la situación pero informa de que no hay contraorden. Seguimos alerta. Vemos a los vecinos, tan sólo vecinos, siempre a los mismos vecinos. Al párroco y a niños que ya se atreven a jugar a las afueras del pueblo.

Día catorce. Empezamos a disparar, más que nada por distraernos.

(Este relato ganó la edición del mes de enero de 2013, categoría castellano, de la Microbiblioteca, concurso organizado por la Biblioteca Esteve Paluzie de Barberà del Vallès. Podéis leer los textos premiados en el siguiente enlace

lunes, 11 de febrero de 2013

Entrevista en El Heraldo del Henares

Ahí me tenéis, en El Heraldo del Henares, opinando de cosas, de Cruentos ejemplares y otras microficciones, de cuentos, de literatura. Como si tuviera criterio. Espero que la lectura de la entrevista que me hizo Susana Mansilla os resulte entretenida.

martes, 5 de febrero de 2013

Un cuadro curioso o El retrato de Florian Rey

Entre tanta antigüedad y objeto valioso del castillo, su retrato nunca ha dejado de darme problemas. Un cuadro indiscreto. No de esos que te siguen con la mirada, te pongas donde te pongas, por efecto de la cuidada técnica del artista creador ni de esos otros que, directamente, te persiguen porque tienen un malo detrás espiándote por obra de dos orificios practicados en el lienzo. Qué va. Es curioso, curioso de verdad. Una noche lo presentí observándome en mi habitación a través de la cerradura. No llegué a tiempo. Escapó atropelladamente, pude oír el repiqueteo del marco labrado pasillo adelante, lo imaginé en su huida anadeando como un pato torpe en el fango. Es rápido. Listo. Organicé una improductiva güija para invocar el espíritu del tío Florian y ver si el retrato se delataba, pero nada. Durante la velada permaneció impertérrito, donde siempre, bajo el blasón, las patillas prusianas y los pulgares en los bolsillos del chaleco. Llevamos meses jugando al ratón y al gato.

He dejado mi puerta entreabierta. Querrá saber qué escribo. Cuando huela su barniz estará tan cerca que ya no tendrá escapatoria. Me responderá entonces a unas cuantas preguntas. También yo soy curioso. Vendrá de familia.

jueves, 31 de enero de 2013

Derecho civil catalán

Alcé la vista distraído y mis ojos se encontraron con los de un veterano alumno, sujeto maduro que, apoyado en el mostrador, parecía controlar mis movimientos desde hacía tiempo.

- ¿Qué desea?
- Me gustaría hacer una sugerencia.
- Claro, puede rellenar uno de los impresos que encontrará en el buzón de sugerencias –como aquellos ojos pequeñitos que me escrutaban con una fijación inquietante y un punto de arrogancia presagiaban una queja en toda regla más que una sugerencia, me preparé para lo peor.
- Los impresos no sirven para nada, sólo para deshacerse de la gente. Yo quiero que se me escuche.
- Por supuesto, usted dirá... –respondí con un tono de plena indiferencia.
- No puedo entender por qué razón los libros de derecho civil están en la cuarta planta y no en la primera.
- Respetamos la distribución original de la biblioteca, y alguna temática tiene que ubicarse en el cuarto piso.
- Bueno, ya –concedió con no demasiada convicción, pero los libros de derecho civil catalán son los más importantes y deberían estar en la primera planta, tendrían que ser a los que más fácilmente se pudiera acceder –sus delgados labios exponían la protesta con una refinada lentitud capaz de crispar al más sereno, y ése no era yo. Decidí que el personaje, cuyo rostro rezumaba una mala leche contenida de años y años, tenía que ser inspector de educación o algo similar. Y no de los que cumplen su trabajo rutinariamente sino de los que habían decidido hacía mucho tiempo que cazar a los nuevos profesores en período de prueba era su verdadero cometido. Un vocacional. Me gusta asignar oficios, aficiones y estado civil a los usuarios, hace más divertido el trabajo.
- ¿Considera que el derecho civil catalán es la materia más importante de la biblioteca?
- Desde luego.
- Haré llegar su sugerencia a la directora y a la bibliotecaria responsable de los libros de derecho –comprobé con horror que pasaban diez minutos de la hora de la merienda y decidí quitarme de encima al inspector maligno siguiendo el procedimiento habitual de citar a mis superiores. Me habría gustado ver su cara de haber sabido que la bibliotecaria responsable de los libros de derecho... era yo mismo.

Había conseguido esquivar tantas quejas mediante aquel sencillo recurso que había llegado a convencerme de que era infalible. Nada más lejos de la realidad. El inspector, a quien creía que no volvería a ver en la vida como a tantos otros descontentos con los que me había cruzado, volvió a presentarse en la biblioteca mes y medio más tarde. Acababa yo de atender la consulta de una chica que necesitaba artículos sobre el servicio de autobuses turísticos en grandes ciudades como Barcelona o Madrid, donde el sector público debía competir con las empresas privadas. Ciertamente interesante, muy interesante. La chica. Acaso delgada en demasía, pero con una gracia fuera de lo común. El resultado de la búsqueda había sido decepcionante pero aquella nimiedad desde luego que no me había quitado el apetito. Cuando me disponía a llamar por teléfono a Marcial para ir a merendar lo descubrí, allí, plantado junto al mostrador de información, como la primera vez.

- Ya os lo dije hace unos meses –mes y medio, estuve a punto de corregirle. No puedo entender cómo la legislación civil catalana está en el cuarto piso mientras que lo que nadie consulta está en el segundo –el siniestro inspector de educación clavaba sus ojillos en mí y en esta ocasión se me antojaron más pequeños, más juntos y más malvados que la primera vez.
- Sí, lo recuerdo. Debe entender que ésa es su opinión, la gente también consulta los libros de derecho romano o historia del derecho de la segunda planta.
- Nadie lee esos libros –pronunció esas cuatro palabras con verdadero asco, reacción lógica si se tiene en cuenta que había dudado de su objetividad, la objetividad de un inspector–. La carrera se fundamenta en el derecho civil y los libros tendrían que estar más accesibles y la legislación catalana con los códigos civiles, en la primera.
- Insistiré a la directora. ¿No le comentaron nada?
- ¿Cómo iban a hacerlo si la otra vez no pediste mis datos? –el maldito me había pillado en falso.
- Le haré llegar su sugerencia. ¿Me quiere dar su nombre y su teléfono para ponernos en contacto con usted?
- No, lo que quiero es que se bajen los libros de derecho civil.

Dichosos los ojos. Esta vez, la tercera en apenas cuatro meses, había descubierto al inspector de enseñanza acercándose al mostrador, con un sigiloso paso aterciopelado de gato al acecho, antes de que me sorprendiese él a mí. Y, además, ya había merendado, por lo que contaba con una pequeña ventaja respecto a nuestros encuentros anteriores ya que con el estómago lleno improviso mejor.

- Buenas tardes.
- Sí, sí, buenas tardes... Nada, veo que no me habéis hecho ningún caso y todo sigue igual de mal –el inspector se mostraba en su estado puro, más desagradable que nunca.
- Igual de mal, igual de mal... –traté de dar una entonación plausible de duda a cada una de las sílabas que iba a pronunciar a partir de entonces.
- Sí, igual de mal. La legislación civil catalana sigue en la cuarta planta y los códigos civiles españoles, en la primera –el índice y el corazón de su mano derecha comenzaron a tamborilear una melodía lenta, irreconocible, pero irritante.
- Eso es cierto, pero... –la constante referencia a la legislación catalana en sus últimas visitas y el desprecio con el que había pronunciado la palabra españoles me hizo pensar que quizás su queja tenía además un trasfondo político, así que opté por darle la razón. Le comenté su protesta a la directora y al responsable de los libros de derecho...
- ¿La responsable no era una bibliotecaria?
- Era, era... La sustituyó un bibliotecario cuando ella ganó una plaza en el centro de documentación de las catacumbas de los capuchinos de Palermo –es lo primero que se me ocurrió, acababa de ver una foto de la momia de la niña Rosalía Lombardo en una guía de viajes que había devuelto una chica entradita en carnes hacía escasos minutos. Como le decía, trasladé su preocupación a la directora y me explicó que la disposición original de las plantas obedecía precisamente al peso específico de cada materia.
- ¿Cómo es eso? –el ritmillo marcado por sus dedos se aceleraba por momentos.
- Las materias más importantes se dispusieron en la cuarta planta. Un poco para preservar esas obras, no sé si me entiende –normalmente cierro las frases de este tipo diciendo no sé si me explico, pero en este caso opté por la variante que incide en la incapacidad del receptor y no en la del emisor. El veterano alumno se llevó incrédulo la mano derecha a su plateada sien a la vez que arqueaba inquisitivamente la misma ceja. Entre nosotros, si los códigos civiles españoles están en la primera es para que los alumnos de primer ciclo los manoseen, los subrayen, los destrocen... Las nuevas generaciones suben cada vez peor, parecen salvajes, roban y mutilan libros que es un primor. Ya le digo, debemos preservar las obras... fundamentales.
- ¿Seguro? –fue una milésima de segundo, pero diría que se relamió de interna satisfacción ante aquella peregrina improvisación, aunque sus ojillos reflejaban serias, y lógicas, dudas.
- Segurísimo. Lo esencial tiene que estar en la cuarta y lo más prescindible, en la primera y la segunda –agarré un bolígrafo con la publicidad de una base de datos que nadie sabía utilizar y un papelito y comencé a dibujar un croquis de las plantas y a garabatear qué había en cada una de ellas con la mano derecha, para que me saliesen líneas de trazo torcido y letra de parvulito. Es un recurso que utilizamos los zurdos y que sugiero a cualquier diestro, siempre que en su caso haga servir la izquierda, claro está. Refuerza la pretendida sensación de idiocia aguda sacar la punta de la esforzada lengua entre los labios mientras se escribe, cosa que, obviamente, me apresuré a hacer.
- No te creo.
- Palabrita de Niño Jesús –abrí mucho los ojos hasta adoptar una expresión de inframental, lastimera, más propia de un portero goleado que de un bibliotecario, ante la duda que el inspector parecía tener acerca de mi argumentación y, por extensión, de mi profesionalidad.
- ¿Sabes qué te digo? –la velocidad alcanzada por el tamborileo era ya comparable a la apoteosis del mejor número de claqué del mejor Fred Astaire.
- No.
- Que me da igual. La semana que viene hago el último examen y no pienso volver más por esta biblioteca.
- No será de derecho civil catalán, ¿verdad? –ya no llegó a oírme, había dado media vuelta y con paso decidido cruzaba el umbral del centro mascullando rezongos e impropiedades.

jueves, 24 de enero de 2013

Siete dedos

Esta mañana, qué hartazgo, he vuelto a amanecer con siete dedos en cada mano. Supongo que también en los pies pero me da pereza, y hasta cierto desasosiego, o angustia, levantar la sábana y mirar debajo. Si bien es cierto que tiene sus ventajas, esto de los siete dedos no deja de ser fastidioso. Cuando bailo sevillanas, por ejemplo, compongo figuras fascinantes con las manos que causan admiración y mis sobrinas quedan prendadas de las fantásticas sombras chinas con las que las sorprendo al levantarse de la siesta. De acuerdo, todo eso es verdad. Es satisfactorio, sí. Pero hoy voy a tener que volver a llamar a mi representante para que suspenda el recital de esta noche. Porque es imposible que los del auditorio me consigan un teclado adaptado en tan pocas horas. Imposible. Es fastidioso, ya digo.

martes, 15 de enero de 2013

Cruentos ejemplares, nº 51

No comprendo qué es lo que le causa tanta extrañeza. Dios habría hecho lo mismo en mi situación. Lea el Antiguo Testamento, léalo. Está lleno de ejemplos.

domingo, 6 de enero de 2013

Día de Reyes

A muchos de mis amigos Papá Noel les dejaba regalos en Nochebuena. Y luego los Reyes. Nunca tuve yo esa suerte porque por mi casa sólo pasaban los tres magos de Oriente. También lo hacía el Ratoncito Pérez, claro, cuando se me caía algún diente. Como a todo el mundo. Pero no tenía punto de comparación: para mí la mañana de Reyes era la más excitante del año.

Papá era un anfitrión de lo más hospitalario. Antes de acostarnos, les dejaba a los Reyes turrones y tres copitas hasta arriba de coñac, con la botella al lado por si querían repetir. Nunca se le olvidaba, a pesar de que a mamá, por algo, aquello la disgustaba. A los camellos les ponía rebanadas de pan en una cesta de mimbre.

Cuando no quedaba regalo por abrir, yo lo repasaba todo, no se me hubiera olvidado algún paquete debajo de tanto envoltorio rasgado. Caía entonces en la cuenta de que las copas estaban apuradas y la botella vacía volcada y que había migas por todas partes. Papá no compartía mi entusiasmo porque ese día siempre se levantaba de malhumor, gritando y con un aliento terrible. Y mamá… mamá se lo pasaba llorando.

jueves, 3 de enero de 2013

Nunca correré..., microentrevistado en Runstorming

¿Qué es lo que le empuja a uno a dejarse entrevistar en un blog escrito por y para corredores inaugurando, precisamente, la sección de microentrevistas titulada Nunca correré…? Y nada menos que en un blog de 20minutos.es, poca broma. Digo yo que será la insensatez. O, directamente, la desfachatez. El caso es que ahí me tenéis, en Runstorming del gran Luis Arribas, alias Spanjaard. Unas polémicas declaraciones en exclusiva sobre un espinoso asunto que habrán de dar, sin duda, la vuelta al mundo. Y mucho que hablar. Las podéis leer en el siguiente enlace.

El día de Reyes, un nuevo microrrelato en Grimas y leyendas. Lo prometo.Será mi regalito.