jueves, 2 de abril de 2020

Diagnóstico

Dejé escapar el autobús y, pensando en la noticia que acababa de recibir, retrocedí sobre mis pasos. Estornudé. Consulté el reloj y comprendí que llegaría tarde, de forma que opté por esperarlo en el callejón que conducía al aparcamiento del hospital. Con suerte tendría allí el coche. Al poco confirmó con su presencia mi suposición. Lo abordé y le expresé mi disconformidad con su diagnóstico. Le dije que no me había gustado y que me cambiara la enfermedad. Se negó. Insistí. Insistió. Lo agarré por las solapas y lo zarandeé con vehemencia, hasta el punto de que dejó caer el maletín al suelo. Entonces empecé a darle de hostias. Hostias con la mano abierta, hostias de revés, hostias de ida y vuelta. Apeló a mi conciencia y a la memoria de un tal Hipócrates, que digo yo a qué venía hablar de fútbol en un momento como ése. Imagino que el miedo nos empuja al disparate. Y luego le di otra mano más de hostias. Hostias normalitas, de relleno, digamos que para reponer fuerzas, y hostias como panes. Al final mis argumentos resultaron lo suficientemente convincentes como para que atendiera a razones y me cambiara la hepatitis C por una sencilla alergia al polen. Y debo decir que, desde la corrección facultativa, me siento muchísimo mejor.