jueves, 31 de mayo de 2012
Que hable ahora...
"¡Detengan esta boda!", vociferó uno de los invitados desde la última fila. Acompañó la orden con una palabrota que provocó que la abuela de la novia, una venerable dama con un vestido color yema de huevo campero muy poco apropiado, se tapara los oídos con ambas manos. Se giraron los asistentes, indignados. El joven avanzó en dirección al altar esgrimiendo un cuadro, una orla enmarcada desde la cual casi un centenar de jóvenes licenciados con birrete sonreían con orgullo mal disimulado a los presentes. "¡Sepan que este hombre… este hombre es…!", aceleró el discurso, intuyendo su inminente detención, a la vez que señalaba con el dedo al novio, "este hombre es… ¡abogado… de la SGAE!". "¡No!", gritó el cura y se llevó las manos a la cabeza. La novia, entonces, se desmayó. Un ahogado rumor de decepción se adueñó de la iglesia. Desenmascarado el novio, de rodillas, rompió a llorar.
jueves, 24 de mayo de 2012
Premios LIEBSTER BLOG
La semana pasada Pedro Sánchez Negreira, en su bitácora Entre nunca y quién sabe, tuvo la gentileza de otorgar a mis Grimas y leyendas uno de sus cinco premios Liebster Blog, cuyo objeto es la promoción de los blogs pequeñitos de cierto interés. Según las bases de la iniciativa, cada uno de los galardonados ha de premiar, a su vez, a otros tantos blogs. A pesar de que, de esta manera, entiendo, acabará recibiendo tal distinción, y sin remedio, la totalidad de la blogosfera, me apunto a continuar lo que temo acabará siendo otra infinita cadena viral, porque me apetece recomendaros unas cuantas páginas con cuya lectura disfruto de lo lindo. Recordad que las bases están ahí para observarlas y que, por tanto, en mi modesta lista de blogs meritorios ni están todos los que son, ni son todos los que están. He dicho. Ahí van mis propuestas, por riguroso orden aleatorio:
- Explorando Lilliput: Rosana Alonso está de moda y sus Los otros mundos, publicados por Talentura, concitan la atención de todos los amantes del microrrelato. Por ambos motivos tengo la sospecha de que ya habrá recibido alguna vez este honorífico galardón. Y, por ese mismo miedo a repetirme, intentaré que mi lista de nominados sea algo menos predecible a partir de ahora.
- Lo breve, si breve…: la bitácora Spanjaard, de Luis Arribas, quedó en su día finalista en la categoría Blog Deportes de los Premios 20Blogs. Por lo visto, le supo a poco. El autor nos propone ahora Lo breve, si breve… donde poco a poco nos irá dando a conocer sus relatos mínimos, derroche de ironía y agudeza.
- Humor mío: Pedro Herrero es, además de un buen amigo, un excelente narrador. Lo podéis comprobar en Humor mío, el blog donde va publicando sus micros aparecidos en la revista digital En sentido figurado. Muchos ya lo conoceréis y lo estaréis siguiendo, claro.
- El Rojo y el Blanco: el deleite de la crónica deportiva hecha relato. Igual que uno disfrutaba de las crónicas taurinas de Joaquín Vidal tanto si le gustaban los toros como si no, Carlos Fuentes, el creador de El Rojo y el Blanco convierte cada partido del Atleti en una pequeña y divertida joya literaria.
- Cuentos para ebook: cierro este listado tan sui generis con esta propuesta de David Llada, una página donde recuperar cuentos de autores consagrados y noveles, cuidadosamente editados, en PDF, MOBI y EPUB. ¿Que no es, en puridad, un blog? Desde luego que no pero tengo el convencimiento de que será todo un descubrimiento para más de un ávido lector de relatos que suela pasearse por Grimas y leyendas. El genuino blog del autor, porque también tiene, se titula, como no podía ser de otro modo, David Llada’s blog. Y también es muy recomendable.
Las reglas del Liebster son:
- Copiar y pegar el premio en el blog y enlazarlo al blogger que te lo otorgó.
- Señalar tus cinco blogs preferidos con menos de 200 seguidores y escribir comentarios en sus blogs para que conozcan que han recibido el premio
- Y, por último, esperar a que esas bitácoras continúen con la cadena y elijan a sus 5 blogs preferidos.
jueves, 17 de mayo de 2012
¿Qué carrera cursar?
Superada la universal
vocación infantil de ser astronauta, Manuel había repetido infinidad de veces
que de mayor sería ginecólogo, un viejo chiste muy celebrado entre sus amigotes
del instituto. Luego quiso estudiar Historia pero sus padres le aconsejaron
Periodismo. Dudó ante el impreso que debía rellenar. Recordó entonces al joven
abogado del programa emitido el día anterior, apuesto, elegante y de hablar
pausado, argumentando cómo había planteado la defensa del concejal y
justificando una resolución absolutoria del juez que nadie conseguía
explicarse. Los periódicos, tanto los serios de tirada nacional como los
panfletos de distribución gratuita, habían desvelado cómo el político se había
enriquecido desviando en plazos regulares el dinero de los impuestos ciudadanos
durante dos décadas. A Manuel lo había seducido la sólida exposición del
letrado, convincente, sin fisuras, aun sabiéndola fundamentada en una
tergiversación indecente del espíritu de las leyes. Trazó una cruz en la
casilla de Derecho.
miércoles, 9 de mayo de 2012
Partida aplazada
Llegó al aplazamiento diez minutos antes de la hora convenida. Saludó al árbitro y se entretuvo haciendo como que ojeaba las fotografías enmarcadas de los grandes campeones que cubrían las paredes de pintura descascarada del local. Se las sabía de memoria. Ya había tenido ocasión de estudiarlas, incluso con detenimiento, en el transcurso de las cinco horas de partida de la sesión previa.
Se sentó delante del tablero. Corrigió la ubicación de cada una de las piezas, las propias y las de su oponente, hasta conseguir que ocupasen el centro exacto de sus respectivas casillas con un mimo y una veneración casi litúrgicos. La posición estaba objetivamente ganada. Tenía un peón pasado de más y su alfil era infinitamente mejor que el caballo de su rival. Para anotarse el punto no tendría más que hacer frente a algunos detalles técnicos y evitar los posibles trucos tácticos que El Pistolero pudiese improvisar tras la reanudación del juego. Debían de quedar, cuando menos, tres cuartos de hora más de lucha. El árbitro se levantó de su mesa y se acercó hasta él con el sobre en la mano. El Jugador lo detuvo cuando éste se dispuso a abrirlo. Le rogó que esperase un poco más, tan sólo unos minutos. Conocedor de la profunda animadversión que se profesaban ambos ajedrecistas desde sus primeros enfrentamientos en los campeonatos infantiles, el árbitro dejó el sobre en la mesa con aire sorprendido. “Sólo unos minutos más, no puede tardar”, insistió El Jugador, quien tampoco toleró que el árbitro pusiese en marcha el reloj de las negras. Lo suyo con El Pistolero venía de lejos, efectivamente. Se trataba de un jugador incómodo, sin duda un fuerte ajedrecista, cuya altanería y presunción le habían granjeado un buen número de enemigos entre los cuales se encontraba. De ahí le venía su apodo, un mote con el que alguien con mucho tino lo había bautizado años atrás y por el cual era conocido en el mundillo hasta el punto de que había quienes no sabían cómo se llamaba en verdad. Durante las sesiones de juego solía pasearse entre los tableros con una suficiencia ofensiva y acostumbraba a mirar a sus contrincantes por encima del hombro, al modo y manera de los pistoleros de los westerns rancios, y siempre que podía les dirigía algún comentario prepotente durante los análisis conjuntos de las partidas. Apenas se le conocían amigos. Ni siquiera en su propio club, cuyo local estaba siendo testigo del penúltimo enfrentamiento entre ambos.
Volvió a la carga el árbitro al poco. En su opinión, cinco minutos de cortesía eran suficientes. “Esperemos otros cinco minutitos más, por favor”, le pidió El Jugador, a quien le comenzaba a extrañar la tardanza de su oponente. El árbitro protestó tímidamente y sin demasiado convencimiento. En realidad, la puntualidad en este caso no era más que una formalidad sin sentido y si el afectado había manifestado su predisposición a esperar no había motivo de peso suficiente para no hacerlo. Las restantes partidas habían acabado antes de las ocho y media y el reanudar a una hora u otra el aplazamiento no perjudicaba a terceros. Así que se sentó en la silla que tendría que estar ocupando el ajedrecista de negras y le preguntó por qué no quería abrir aún el sobre que contenía las planillas y la jugada secreta de su rival. El Jugador reconoció que sentía curiosidad por el movimiento que El Pistolero habría anotado al cerrar el sobre. Afianzar el rey delante del peón pasado era la opción menos comprometida mientras que adelantar el peón de torre tratando de conseguir, a su vez, uno pasado parecía precipitado para las negras y, por tanto, perdedor. La mejor opción era mover el caballo para preparar, precisamente, el avance de ese peón, el elegido para conseguir cierto, aunque insuficiente, contrajuego. Confesó que se habría sentido incómodo de haberse abierto ya el sobre, sin la presencia de su rival en la sala. “¿Es que habéis arreglado lo vuestro?”, se atrevió al fin a preguntar el árbitro. El Jugador sonrió. “La verdad es que”, aquí se interrumpió y al otro le pareció que se estremecía delicadamente, como si fuese a tener lugar una confesión inoportuna, para de proseguir, “hoy se ha comportado de un modo totalmente diferente, no sé cómo explicarlo, esta tarde me ha saludado antes de empezar la partida, me ha preguntado por cómo me estaba yendo el por equipos y, después de escribir la jugada secreta en la planilla, me ha felicitado por la partida que le he jugado y me ha deseado suerte en la continuación. Incluso me ha dicho que, como tendríamos que retomar el juego a las once, seguramente perdería el último tren”, el árbitro cabeceó en señal de asentimiento, “y me ha recomendado un bar abierto por aquí cerca donde poder comer un bocadillo”.
Así había sido. El Jugador había tenido que llamar a su padre para que viniese en coche a buscarlo porque el último tren pasaba a las diez y media. El pobre hombre todavía no había llegado aunque no debería de tardar demasiado. Y mañana madrugaba. Después de abandonar el local de juego, El Jugador había dado un pequeño paseo por la avenida principal hasta la plaza del ayuntamiento y había vuelto por el río hasta las calles que se encontraban detrás del club de ajedrez. Entró en el bar que le había aconsejado media hora antes El Pistolero. Un local lleno de moscas, pequeño y sucio, cuyas paredes presentaban un sospechoso color tirando a esputo de tabaco mascado. Una chica con cara de virgen pubescente le había servido un bocadillo revenido de chorizo del país con una pepsi tibia porque la nevera funcionaba mal y ya no le quedaban hielos. Dejó pasar el tiempo mirando distraídamente la pantalla del televisor que había encima de la barra. Daban un amistoso de pretemporada entre el Málaga y un equipo saudí de nombre impronunciable. Entretanto, su contrincante se encontraría en casita cenando plácidamente mientras el módulo de análisis de su ordenador estudiaba posibles soluciones para la desesperada posición. A las once menos cuarto se dirigió a la barra y pagó el bocadillo y el refresco. No dejó propina.
El retraso de El Pistolero era ya de quince minutos. El árbitro se decidió finalmente a rasgar con su abrecartas el sobre. “Por cierto, ¿qué bar te ha recomendado?”, preguntó entonces. Cuando El Jugador le contó dónde había cenado, su interlocutor no pudo evitar torcer el gesto. Aquella expresión de contrariedad, o de desánimo, que veló durante apenas una fracción de segundo el rostro huesudo y en declive del árbitro, provocó que un sinfín de pensamientos y recuerdos desagradables se agolparan desordenadamente en su mente, secuencias funestas e imágenes de otros torneos, de tantísimas competiciones anteriores, que se atropellaban unas a otras, siempre con El Pistolero como protagonista, delante de sus ojos. Notó cómo la sangre le hervía y le arrebolaba las mejillas y las orejas. Se sintió ridículo y furioso a la vez. El árbitro le entregó su planilla sin comprender muy bien el cambio súbito de actitud de El Jugador, ciertamente jovial hasta el momento y retraído entonces, y tomó la de El Pistolero para ejecutar en el tablero el movimiento sellado de éste antes de poner en funcionamiento el reloj. Se detuvo y le alargó la planilla de aquél sin atreverse a añadir ningún comentario. El Jugador la acercó a sus ojos con mano temblorosa porque ya sospechaba lo que iba a leer. Lo sabía. Efectivamente, en la casilla correspondiente leyó las palabras “Negras abandonan”, escritas casi tres horas antes con la inconfundible letra de niño de jardín de infancia de El Pistolero.
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