miércoles, 29 de mayo de 2013
Mrs. Robinson
El joven geranio crecía fuerte. Lo regaban con poca agua, justo la que precisaba, y la orientación del balcón le garantizaba las horas de sol necesarias para su normal desarrollo. La voz suave y, a la vez, sensual que escuchaba a través de la corredera entreabierta, el delicado susurro femenino que lo consolaba y que lo animaba cuando creía desfallecer en los días nublados también contribuyó determinantemente a su vigoroso crecimiento. Y todavía había quien dudaba de que las plantas fuesen sensibles a la voz o a la música. Una mañana pudo distinguir detrás de la cortina a la madura begonia de hojas secas y abarquilladas cuyas palabras habían conseguido seducirlo. Entonces el geranio se estremeció.
martes, 21 de mayo de 2013
Amenaza terrorista
Las primeras deflagraciones llegaron atenuadas por la distancia, por los altos edificios de la zona comercial y de oficinas. Una secuencia lenta y continua, cadenciosa, como la de los estallidos de los fuegos artificiales. Al poco, sin embargo, comenzamos a escuchar las explosiones mucho más cerca. Yo mismo vi estallar a un hombre que acababa de comprar el diario en el quiosco de la plaza, junto al gimnasio. Nada más abrirlo por sus páginas centrales. ¡Pumba!, y nada quedó de él, salvo un bulto calcinado y un espantoso tufo a chuletón a la brasa.
Supe entonces que los terroristas habían cumplido su amenaza, cuando días antes anunciaron una noticia bomba en los periódicos. El quiosco de prensa voló por los aires. Presa del pánico, tiré mi ejemplar a la papelera y eché a correr sin saber muy bien qué dirección tomar.
jueves, 16 de mayo de 2013
Comando
Visten anoraks, chaquetones marineros, gruesos abrigos con el cuello levantado para evitar tener que encender la calefacción. Discuten sentados alrededor del plano en uno de esos pisos de alquiler cero que, cada vez con mayor asiduidad, los propietarios ofrecen a los desahuciados para poder ahorrarse, así, los recibos de la luz, del agua y del gas. Los alientos se condensan sobre las plantas de las habitaciones, sobre el dibujo de la estancia principal y del garaje. Los dedos enguantados resiguen las líneas de los tabiques y aclaran oportunamente algunas de las dudas que van surgiendo.
El timbrazo del teléfono interrumpe la reunión. Atiende la llamada quien parece llevar la voz cantante, un albañil que dejó de recibir el subsidio hace meses. Los hombres aprovechan la pausa para fumar, para recomponer los nudos de las bufandas, para levantarse y taconear tratando de ahuyentar el frío. Desde el otro extremo del hilo telefónico, una voz conocida le pregunta cómo va todo. Responde con determinación, de forma pausada, ya no le impresiona hablar con el jefe de la célula de la capital. Le informa de la inmediata acción anticrisis, del éxito de la primera medida tomada.
El albañil le ruega a su interlocutor que lo disculpe un segundo. Tira del cable del teléfono para continuar la conversación desde la otra habitación, más tranquila. Los gritos del consejero delegado del Banco Nacional, reclamando pan desde el almacén, lo obligan a ello.
Más microrrelatos indignados de esta misma convocatoria en La colina naranja.
domingo, 5 de mayo de 2013
Príncipe de Beukelaer
Os comprendo muy bien, claro que entiendo lo que decís... –rezongó volviendo a abrir los ojos y renunciando definitivamente al beso–. Pero contadme... ¿qué tiene él que yo no tenga? ¿Es su apostura la que os cautiva? ¿O acaso su juventud e inteligencia? ¿Su educación exquisita? ¿El delicado modo con que tañe el laúd? –prosiguió con cierto despecho, saltando de un lado para otro entre pregunta y pregunta–. Podéis ser franca conmigo. Un momento... es por su mata de pelo, ¿verdad? –hablaba el sapo verrugoso entre jadeos, motivados por el esfuerzo que le suponía esquivar los pisotones de aquella princesa histérica que no paraba de chillar–. Ajá, ¡eso es! –exclamó, triunfante–. ¡Es por su mata de pelo! ¡Ahora lo entiendo todo!
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