miércoles, 12 de septiembre de 2018

Cuento sahariano

El escorpión contempla la curiosa escena desde lo alto de la duna. Si el siroco no hubiera borrado las huellas de los dos hombres que acaban de tropezar en mitad del desierto, serían visibles dos líneas rectas kilométricas que se han encontrado en un punto, indeterminado y casual, del infinito océano de arena.

Da un paso a la derecha uno para continuar su travesía y el otro, en un acto reflejo, se aparta a su izquierda para dejarlo pasar. Gruñe el primero, contrariado. El segundo intenta disculparse pero no consigue articular ningún sonido que salga de sus labios agrietados. Da otro paso a la derecha ése para evitarlo y otro a la izquierda aquél. Vuelven a encontrarse. Se miran, ahora provocadores, con los párpados entornados, intentando desafiarse. Apenas mantienen el equilibrio. Uno trata de decir aparta, ¿es que no te enseñaron urbanidad en la escuela?; quítate tú que yo voy por mi derecha, es lo que quiere responder el de delante. Prueban a evitarse por tercera vez con tan mala fortuna que chocan de nuevo.

Se aguantan la mirada borrosa durante minutos. Bailan las figuras humanas que tienen ante sus ojos. Notan cómo los pies desnudos se les hunden en la arena, cómo ésta se filtra entre los dedos heridos. El viento abrasador les golpea el rostro y agita sus andrajos. Los párpados quemados y el sol inclemente los obligan a bajar la vista. Primero, al que venía del sur y, luego, al que bajaba desde el norte. Descubren las llagas de sus piernas y ven sus pies enrojecidos. Los propios y los ajenos, separados tan sólo por unos pocos centímetros. Y, en medio, dudando entre ambos, el escorpión que no sabe por quién empezar.

miércoles, 4 de julio de 2018

Lo trágico

El niño arrastra su camión por la grada de cemento. Ajeno a la tragedia. El Jùpiter acaba de empatar y dispone de diez minutos para conseguir otro gol más que ni siquiera le garantiza la permanencia. También depende de lo que haga el Lloreda en Avià.

Oigo, a mi espalda, las ruedas del camión de latón que va de aquí para allá. Los labios del niño que vibran al simular el ruido del motor. En una grada vacía se oye todo. El niño. El camión. El árbitro que se dirige a los jugadores por el número. Los últimos minutos de un partido, de una liga, de una categoría que se nos escapa.

Veo correr al niño incansable del camión en dirección al córner. Dos abuelos impasibles, con gorra y bastón, siguen con la vista perdida las atolondradas acometidas de los grisgranas. Esto no lo saca adelante ni Serrano con sus gritos ni Carlitos Vidal. Posiblemente el niño sea el nieto de uno de los dos viejos. Posiblemente esos dos abuelos ya estaban en el campo cuando fui por vez primera a la Verneda con mi padre. Cuando el estadio se llenaba para ver al equipo legendario que ascendió a Segunda B. Posiblemente.

Pero ahora sólo hay cuatro viejos.

Un niño con un camión de juguete.

Y cemento.

Sigo acodado en la valla publicitaria de la grada sol. En mitad del campo. Donde acostumbraba a ponerme con mi padre. Quien está a mi lado ahora, como yo lo estuve entonces, es el niño. Con el camión asomándole por debajo del sobaco. Descubro su presencia en el mismo instante en el que el árbitro pita el final. Dos o tres jugadores del Júpiter, consumada la debacle, se dejan caer sobre el césped. Bernal queda de rodillas.

El niño tiene los ojos llorosos. Es demasiado pequeño para entender que todo esto es cíclico, que pasarán los años y dentro de unas cuantas temporadas, las que sean, el club volverá a Tercera. Así que le pongo la mano en el hombro con impostada gravedad. Una tragedia, chaval, le digo, una tragedia que hemos de afrontar de la mejor forma, siempre con optimismo, ¿entiendes lo que estoy queriendo decirte?, añado para desdramatizar.

Él me dice que sí cabeceando sin demasiada convicción, desoladamente triste y con las pestañas húmedas aún, y me alarga el camión para que vea las ruedas rotas, para que vea que no tienen arreglo.

lunes, 18 de junio de 2018

Agente doble

Nadie repara en mí al dejar el sobre en el lugar convenido. Me tomo un café solo, sin azúcar, en el bar de la estación de autobuses. Regreso a los veinte minutos e intercepto el sobre en la misma taquilla donde lo oculté. Lo abro y leo mis instrucciones.

Comprendo que tengo que ser eliminado.

(Relato finalista de la edición del mes de mayo de La Microbiblioteca. En los siguientes enlaces podéis consultar el resto de relatos seleccionados y los microrrelatos ganadores de mayo).

lunes, 4 de junio de 2018

Miguel Ángel Buonarroti

Le obsesionaba aquella creencia de Miguel Ángel de que todo bloque de mármol blanco encerraba la figura de un David cabezón o de un Moisés cornúpeta. De que el secreto de extraer un ángel de la piedra era tan simple como eliminar la materia sobrante que lo aprisionaba y lo escondía a los ojos de los hombres.

Así que cogió una Biblia, al no tener a mano obra escrita más voluminosa, en busca del microrrelato perfecto. Eliminó libros, versículos, cuantas palabras encontró superfluas. Hasta que dio con un texto ideal. Ahí estaba y nadie antes había sabido verlo. La historia resultante, que trataba de un gigante llamado Sansón que embarcaba en un arca una pareja de estatuas de sal, otra de hijos pródigos, un trío de reyes de Oriente (por algún motivo habían de ser tres y no dos), dos becerros de oro, dos leprosos y tres crucificados (tampoco éstos podían ser pareja) por mandato de una autoritaria y lenguaraz zarza en llamas, no consiguió, sin embargo, satisfacerle.

Contrariado, aquella misma tarde compró en la papelería de la esquina un nuevo estuche de rotuladores rojos y otra docena de típex de reglamento. Fue a la biblioteca pública y sacó en préstamo Guerra y paz y Los miserables. Y reanudó, manos a la obra con brío y renovado entusiasmo, su ambicioso proyecto.

lunes, 19 de marzo de 2018

Contra natura

Y, en descabalgando San Jorge de la montura, no vio salir de la gruta al dragón al cual venía a dar muerte, como esperare, sino a la más bella muchacha que imaginarse uno pueda. Los cabellos color de miel de la doncella lo cautivaron; la elegancia de su porte y la gracilidad de sus movimientos lo terminaron de hechizar. Apenas recuperado de tamaño encantamiento, redobló la sorpresa del caballero el hecho de que la fermosa criatura, en lugar de practicar la cristiana fabla para dirigirse a él, escupiera fuego por la boca. Dedujo que había de hallarse ante el fruto de la unión contra natura entre la bestia y la princesa que le fuera entregada, años ha, para apaciguar su furia.

Se corrompió, de pronto, el aire y vibró el suelo con una fuerza tal que devino temblor bajo sus pies; bramó el dragón al asomar la monstruosa cabeza fuera de la cueva y desplegar las alas. Descartó entonces el caballero la empresa que hasta allí lo llevare y, dejando caer el acero, hincó la rodilla en tierra para encomendarse al Altísimo y a todos los santos del cielo con el propósito de obtener, ansí, la bendición del futuro suegro.

jueves, 15 de marzo de 2018

Amor(se) o Los transoceánicos amores entre Don Mateo Orduña y Sanclemente, dramaturgo y miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, y Doña Theresa Pennington, primera actriz de la compañía teatral de los hermanos Riopedre, de gira en Buenos Aires durante la primavera de 1846


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(1) -Cuelga tú.
     -No, bobo, cuelga tú.


(Relato finalista de la edición del mes de febrero de La Microbiblioteca. En los siguientes enlaces podéis consultar el resto de relatos seleccionados y los microrrelatos ganadores de febrero).

martes, 20 de febrero de 2018

La candidez y el horror

Mis grafitis convertidos en símbolo de la indignación ciudadana. Contra el gobierno, contra la policía. Representaban a esas criaturas cuya seguridad no supieron garantizar. El perfil del niño del globo en la tapia del callejón; el de la cartera a la espalda en la persiana de un comercio. Siempre cerca de donde fueron hallados los cuerpos.

La prensa popularizó mi obra. Por casualidad, que es como acostumbran a ocurrir estas cosas. Tan efímeras. Un reportero escribió sobre los dibujos de un autor desconocido y pronto lo secundaron los demás periódicos. Los redactores dieron rienda suelta a la poética melodramática habitual y divagaron sobre el morboso simbolismo de mi arte. El contraste entre la silueta de tiza sobre la acera y los perfiles sombreados de los muros. Blanco y negro. Candidez y horror. Yin y yang, llegaron a decir.

El perfil del niño del globo ilustró las pancartas que encabezaron las manifestaciones. El de la peonza. El de la cartera. Pequeños detalles que humanizaban cada silueta y que favorecieron, todavía más, la solidaridad de todo un país con las familias rotas. Pequeños detalles que, por lógica, sólo podíamos conocer los agentes de la brigada que llevó el caso y yo mismo.

sábado, 13 de enero de 2018

One meat ball

A Bike & Lonesome 

Percibes que los parroquianos no dejan de mirarte en tu lento caminar hasta el taburete libre, al final de la barra. Te sientas, palpas el bolsillo y extraes de él lo reunido a lo largo de la mañana. Tan solo quince centavos en la palma de la mano.

Distingues las risitas que tu traje de mimo y tu cara pintada suscitan mientras buscas en la carta algo que tomar con esos quince centavos. Le pides al camarero lo único que puedes permitirte.

Te sirve, al poco, una albóndiga en un minúsculo plato de postre. Comprendes que también está de guasa cuando deja, junto al plato, un tenedor y un cuchillo. Le preguntas si podría ponerte una rebanada de pan y te responde, con una sonrisa torcida, que tus quince centavos no dan para más. Clavas los ojos en la albóndiga, notas cómo se te humedecen, y vuelves a oír las bromas de los clientes. Son las mismas personas que, hace nada, pasaron por tu lado en la calle y te ignoraron.

¡Corten!, vocifera el director, satisfecho con la toma. Y tú, todavía con la mirada fija en la albóndiga, te arremangas, con parsimonia, buscas el cuchillo a tientas y obedeces.