viernes, 20 de diciembre de 2013

Alzheimer

Comprobó la etiquetita que colgaba de la correa y dejó mi reloj encima del mostrador. Pregunté si había podido arreglarlo. Negó con la cabeza. Es demasiado viejo, dijo.

 Quiso luego que lo cogiera. Sé que es un reloj antiguo, comenté como si me excusara, ya con él en la mano. No, señor, no es antiguo, es viejo, insistió. Y, señalándome la esfera con el dedo, inclinado sobre el mostrador, me enseñó todas las pequeñas arrugas que la surcaban, inadvertidas hasta entonces por mí. La maquinaria está perfecta, corroboró con pesadumbre, pero ha olvidado para qué sirve.

Pobre relojito mío, lamenté con un nudo en la garganta, al ver confirmadas mis sospechas.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Soldaditos

Encontré, agazapado detrás del bonsai, a un soldado japonés de plástico color café con leche, de base plana rectangular y armado con un fusil, de ésos que salían en los sobres sorpresa de Montaplex que compraba de chico en la tienda de chucherías de la señora Modesta. No sé, a ciencia cierta, quién de los dos se sorprendió más. Cuando quise saber qué diantre hacía entre mis macetas me explicó muy excitado que se escondía de un americano. Hablaba español a trompicones, con fuerte acento de Okinawa. “Vaya, otro caso más de japonés hallado tras años de incomunicación que no se ha enterado de que la guerra acabó hace décadas”, me dije.

Qué irritado estaba, el muy gilipollas. Me habló de un nordista monocromo como él, en su caso azul, quien, sable en mano, hacía años que lo perseguía por toda la casa, cuando no le tocaba al americano esconderse de sus ataques. Presumía de manejarse mejor que el yanqui entre las plantas, acostumbrado como estaba a las escaramuzas en la selva de las islas del Pacífico. Me divertí de lo lindo escuchándolo. En el momento de regalárselo al nene de los del sexto primera, el soldadito me dedicó unas palabras horribles que prefiero omitir. Me acusaba de haberme posicionado de parte de su encarnizado enemigo y me amenazaba con terribles tormentos por traidor y colaboracionista. Al niño le pareció divertido el modo de refunfuñar de aquel muñequito, así que se lo guardó en el bolsillo del pantalón, encantado de la vida. Allí metido, sus gritos nos llegaban atenuados y producían un efecto muy gracioso que hizo reír con ganas al hijo de mis vecinos.

Hace ya dos semanas que me pongo el despertador a diferentes horas de la madrugada, con la intención de sorprender al nordista que anda por casa durmiendo entre los cactus o debajo del sofá. Todavía no he dado con él. Pero pronto he de darle caza. Palabra.