Interceda, señor cura. Interceda por el bien de todos, maese barbero. Saben hasta qué punto han llegado sus demenciales alucinaciones. Un secarral con cuatro cardos requemados se convierte a sus ojos, enfebrecidos por tanta lectura diabólica, en el más bello jardín de un palacio imaginario. Vergeles delirantes al margen, pretende que los demás veamos delegación de príncipes de reinos remotos donde no hay más que piara de lustrosos gorrinos. Las hoces son vihuelas; las horcas, arpas y diferentes instrumentos maravillosos cuyos nombres desconozco, como el de todas esas músicas cortesanas que se describen en los Amadises y en los Tirantes que con fervor devora. Les ruego encarecidamente que pongan fin a los padecimientos a los cuales esa desquiciada hija de mil padres, esa bellaca Aldonza a quien el Diablo confunda, tiene sometido a este pobre Alonso Quijano, hidalgo conocido de tanto tiempo por vuesas mercedes, que no es caballero andante ni señor de dama alguna, ni a ello aspira, y que únicamente ansía, al hallarse cercano el fin de sus días, vivir en paz y como buen cristiano lo poco que le queda en este mundo antes de reunirse, de forma definitiva, con su Creador.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
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