Subo a la tarima del rincón, carraspeo, busco las gafas en el bolsillo de la camisa y me las coloco con la mano libre. Me acerco al micrófono, lo oriento y le echo un último vistazo a los folios doblados por la mitad. La liturgia habitual de los viernes. Vuelvo a aclararme la voz. Soy el que peor lo pasa a la hora de compartir mis poemas en las lecturas del Desierto rojo. Al resto se los nota más cómodos.
Declamo bajo el foco lo mejor que sé una poesía que escribí semanas atrás. De vez en cuando levanto la vista y veo al grupo que llena el local formando semicírculo alrededor del pequeño escenario, con la barra y el botellerío al fondo. Sigue con atención mis versos, incluidos los camareros, y distingo en la penumbra a quien cabecea como afirmando lo expresado en mis rimas. Gano la seguridad suficiente para acometer la lectura de un segundo poema, que algunos conocerán porque fue publicado hace dos años en una antología que recogía los mejores trabajos de los jóvenes poetas más prometedores de la ciudad. Las nuevas voces, que dicen. Al inicio del tercer endecasílabo oigo un murmullo que, al poco, se va haciendo más y más molesto. Levanto los ojos del papel un instante y, sin dejar de leer, reconozco al muchacho bajito de la gorra proletaria que últimamente se deja caer por el Desierto. Él es quien, al hablar en voz alta, provoca ese runrún tan incómodo para mí, quien rompe la comunión que había logrado alcanzar con los asistentes. Elevo el tono y el joven poeta parece adoptar la misma estrategia porque cada vez percibo con mayor nitidez el timbre de su voz, tan característico, tan desagradable, tan irritante, como de cañería herrumbrosa por la que corre cazalla. Maleducado. ¿Acaso no he eschuchado yo con el debido respeto cuando le ha tocado el turno y ha subido a leernos sus poemas sociales? ¿Acaso no es lo que hemos hecho todos? El Jabato, Rosa, Pablo y Mar, Enrique, Gecé, Rodrigo, Antoine. Supongo que le está contando algo al Chapu, que está a su derecha con un vaso largo en la mano. ¿Un chisme que no podía esperar al intermedio? ¿Un recado urgente? Lo dudo. Así que hago de tripas corazón y sigo adelante, todo coraje, y les hablo del desgarro de mi desamor, de la evanescencia, del desarraigo. Porque yo soy mejor poeta que él; porque soy más intenso; porque incluso soy más alto que él; porque tengo más educación; y porque, ¡qué coños!, el micrófono lo tengo yo y se me tiene que oír, a pesar de mis habituales titubeos, mejor que a él por muy buen recitador que sea. Leo, declamo, interpreto con una emoción y un aplomo desconocidos el tercero de mis textos con ese incordio de rumor zumbando de modo inmisericorde en mis oídos. En mis odios. Y lo hago realmente bien. Todos son testigos privilegiados del triunfo indiscutible de mi lírica rutilante. Por primera vez, después de tantos meses, me siento más que a gusto. Poeta laureado por una noche.
Aplausos. Más que aplausos, una ovación. Atronadora y sincera. Doy las gracias, francamente complacido me inclino igual que un actor teatral al final de la función, escondo los papeles doblados en el bolsillo posterior del tejano. Caigo, de repente, en la cuenta de que cuando se ha producido el estallido de aplausos y vítores todavía no había terminado con mi tercer poema sin título. Me quito las gafas de cerca y observo cómo todos están vueltos hacia el muchacho bajito de la gorra proletaria quien, sonriente, agradece el reconocimiento unánime del auditorio y que muchos de esos aficionados a la poesía, entusiasmados, lo estén felicitando con tanta efusividad. El Chapu, ahora, echa un trago de un botellín y yo le ruego, por señas y desde la distancia, aquí arriba, en la tarima, que me vaya pidiendo otro para mí.
Tal cual. Gracias y besos desde el aire.
ResponderEliminarTal cual y antes de que aconteciera. Soy un visionario.
EliminarGracias a vosotros y besos desde la tarima,
D.
David, a veces más vale caer en gracia que ser gracioso, solo a veces. Muy divertido este micro en el que el mal trago que vive el protagonista consigue extraerte una sonrisa, incluso con ese final que tan poco le favorece. Es un grande a pesar de ese despiste accidental del público.
ResponderEliminarMe gustó mucho este relato, maestro.
Abrazos.
Gracias, Nicolás. No me canso de agradecer tu habitual paso por esta casa ni tus comentarios. Claro que tampoco me canso de tratar de arrancaros sonrisas.
EliminarAbrazos, maestro,
D.
gracias David por venir desde Barcelona para que disfrutemos de tus escritos. ¡ah! ¿que no viniste a eso exactamente? jejejjje, bueno, es igual, disfrutamos muchísimo con tu lectura y tu presencia y es de agradecer. Muchas gracias, a los dos, y será un placer tenerte de nuevo entre esta secta de pirados. un abrazo fuerte.
ResponderEliminarGracias a vosotros, Pablo, por la excelente acogida. Lo paso de fábula en las veladas que organizais, no lo dudes. Y si, de paso, consigo colarle al auditorio algún cuento y/o alguna sonrisa... ¡pues mejor que mejor!
EliminarUn abrazo fuerte para ti también y para todos esos pirados que te acompañan,
D.