lunes, 23 de mayo de 2016
Revalorización
El coleccionista contempla, con cierta vanidad mal disimulada, la hoja que acaba de sacar del interior de la caja fuerte. Se pone los guantes y escoge las pinzas de punta curvada. Extrae con suma delicadeza, uno a uno, los únicos nueve sellos que se conservan de la primera serie postal sueca de 1855. Tras treinta años de investigación detectivesca que le ha llevado a dar hasta cuatro vueltas al globo terráqueo, el anciano filatélico está en condiciones de afirmar que no quedan más ejemplares en el mundo que los suyos. Se detiene, como tantas otras veces ha hecho a lo largo de las tres últimas décadas, en la admiración del motivo de tan raro sello: las olas del océano embravecido ensañándose en la legendaria fragata de la Marina Real, el singular mascarón y las dos mínimas sirenas encaradas, impresas en amarillo por un error de imprenta en esa primera serie. Suspira, deja las pinzas que sujetan el noveno sello a un lado y, todavía con los guantes puestos, enciende un fósforo que aplica a la bandejita donde ha ido depositando los demás. Su mirada se dirige, alternativamente, a las llamas, al ejemplar amnistiado, a la caja fuerte. Y sonríe.
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