lunes, 4 de junio de 2018

Miguel Ángel Buonarroti

Le obsesionaba aquella creencia de Miguel Ángel de que todo bloque de mármol blanco encerraba la figura de un David cabezón o de un Moisés cornúpeta. De que el secreto de extraer un ángel de la piedra era tan simple como eliminar la materia sobrante que lo aprisionaba y lo escondía a los ojos de los hombres.

Así que cogió una Biblia, al no tener a mano obra escrita más voluminosa, en busca del microrrelato perfecto. Eliminó libros, versículos, cuantas palabras encontró superfluas. Hasta que dio con un texto ideal. Ahí estaba y nadie antes había sabido verlo. La historia resultante, que trataba de un gigante llamado Sansón que embarcaba en un arca una pareja de estatuas de sal, otra de hijos pródigos, un trío de reyes de Oriente (por algún motivo habían de ser tres y no dos), dos becerros de oro, dos leprosos y tres crucificados (tampoco éstos podían ser pareja) por mandato de una autoritaria y lenguaraz zarza en llamas, no consiguió, sin embargo, satisfacerle.

Contrariado, aquella misma tarde compró en la papelería de la esquina un nuevo estuche de rotuladores rojos y otra docena de típex de reglamento. Fue a la biblioteca pública y sacó en préstamo Guerra y paz y Los miserables. Y reanudó, manos a la obra con brío y renovado entusiasmo, su ambicioso proyecto.

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