miércoles, 11 de febrero de 2015

El otro Noé

Era mi diluvio, pero no mi barco. Había zarpado dejándome en tierra. Cuando lo daba todo por perdido, divisé en lontananza lo que parecía una nueva embarcación. La recibí con alegría. El capitán, un hombre anciano como el del arca primera, sólo que más bronceado, con un aspecto menos descuidado y dos aretes en las orejas, me invitó a subir. Ascendí por la rampa y me condujo hasta la bodega, donde se hacinaban diferentes parejas de animales. Leones, elefantes, osos polares. Nunca hasta entonces los había visto. Busqué en vano a mi camella. Allí no había camella, como tampoco había leona ni elefanta ni osa polar.

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